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03 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Lección aprendida a palos

Quince años despellejando a la democracia liberal, pero no parece que la dictadura del PCC, la satrapía de Putin o los ayatolás ofrezcan algo mejor

Actualizada 09:28

Daba miedo. Inmenso Gran Salón del Pueblo, en Pekín, coliseo de unas dimensiones propias del senado de «La Guerra de las Galaxias». Vigésimo congreso del Partido Comunista Chino. Una hoz y un martillo enormes adornan el escenario. Los delegados aplauden de manera robótica, con una cadencia lenta y precisa, exactamente la que exige el protocolo de la adulación. Son como clones: hombres en su inmensa mayoría, de trajes y corbatas idénticos, con el mismo farandol tamizando sus cabelleras, con una expresión facial compartida: vacía, imperturbable. Solo existe una ideología posible y admisible: el Pensamiento Xi. El nuevo Mao, que se va a perpetuar de por vida, se permite incluso el alarde de que se lleven a su predecesor de su asiento, en una insólita purga en directo, televisada sin complejos.
Una dictadura perfecta. Los ciudadanos son controlados a través de su navegación en internet y reciben premios o castigos por su comportamiento. El más leve amago de crítica es castigado. La libertad de prensa no existe y la verdad, tampoco (empezando por el cruel sarcasmo de la cifra oficial de muertos de la covid: 5.226 casos en un país de 1.450 millones de habitantes, que es además aquel en el que empezó la epidemia). Condiciones laborales deprimentes. Plagio sistemático de los secretos industriales de Occidente. Creciente furia nacionalista y belicista para encubrir que dentro de casa ya no es oro todo lo que reluce (el paro juvenil se ha disparado al 20 %). Intentos de iniciar un neocolonialismo sutil con la llamada «Iniciativa del Cinturón y la Ruta» (que si al final triunfa convertirá a medio mundo en rehén de China, y pueden conseguirlo, pues ya está sucumbiendo hasta Alemania, que les va a ceder parte del puerto de Hamburgo, el mayor del país).
El Partido Comunista Chino propugna hoy de manera clara que su modelo es el más conveniente para el mundo y muy superior a la democracia liberal, que tachan de ineficaz, débil, decadente. Putin lleva lustros defendiendo idéntica tesis. Hasta sufragó fenómenos populistas en Occidente para erosionar la democracia liberal y ha contado con medios propios de propaganda en nuestros países (donde tertulianos occidentales bien pagados por los rusos ensalzaban las supuestas bondades morales del padrecito Vladimir frente a un Occidente degenerado).
Un gran problema es que esas críticas del mundo autoritario hacia la democracia liberal fueron compartidas en el seno de los propios países que disfrutan de sistemas abiertos. Solo ahora –cuando China ya es claramente el primer problema, cuando la brutalidad de Putin se ha convertido en crimen de guerra y nos obliga a apagar la calefacción, cuando los ayatolás machacan a las mujeres, cuando el comunista Ortega persigue con saña a la Iglesia católica– hemos vuelto a reparar de nuevo en que la democracia liberal es un oasis. Tras pasarnos quince años poniéndola a parir volvemos a constatar que todavía no se ha inventado sistema político mejor.
Como toda obra humana, la democracia es imperfecta, por supuesto. Muchísimas veces sus políticos viven más pendientes del cortoplacismo electoralista que de las necesitadles reales de su país a medio y largo plazo. A veces los ciudadanos, que por supuesto son falibles, la cagan por todo lo alto con sus decisiones electorales. Además, durante este siglo XXI las democracias liberales les han fallado a las amplias clases medias, cuyo poder adquisitivo se ha visto muy mermado. Por último, resulta comprensible que novedades como la globalización, o la llegada masiva de inmigrantes a Europa, hayan provocado un malestar que ha acabado traduciéndose en algunos ámbitos en un cuestionamiento frontal del propio sistema. Pero a pesar de sus innegables defectos, estamos volviendo a aprender que no se ha ideado todavía nada mejor que los sistema abiertos y reglados de derechos y libertades. Una pena que para recordar las bondades de la libertad hayamos tenido que aprender la lección a palos.
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