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23 de abril de 2024

El astrolabioBieito Rubido

Soberbia

Nadie desde el Gobierno ha pedido perdón ni ha tenido el rasgo de inteligencia y de humildad de proponer la retirada de la ley de 'Sólo sí es sí'

Actualizada 01:30

La envidia habita en todo tipo de corazones. Los españoles somos un pueblo especialmente envidioso. Lo que demuestra que admiramos mucho a los que envidiamos. Tengo para mí que la izquierda peca más de ello y la extrema izquierda vive en la extrema envidia. Como consecuencia, cuando el combustible ideológico de los indigentes intelectuales que hoy nos gobiernan es la codicia de poseer la propiedad de los otros, nos encontramos que los mejores, los que han generado riqueza y, por tanto, empleo, se van. Porque en este país, la izquierda y la extrema izquierda, para tapar su impericia en el Gobierno de la nación, han decidido que ser rico es ser culpable de algo y que hay que pagar un peaje.
La envidia y el odio se queman en la caldera de la locomotora del tren que parece estar a punto de descarrilar en la España de nuestros amores. Me preocupa también, y muy especialmente estos días, la soberbia. Otro pecado capital de la clase política. Han salido ya treinta delincuentes sexuales a la calle por culpa de la ley de 'Sólo sí es sí', auspiciada por Irene Montero y su equipo, y todavía nadie desde el Gobierno ha pedido perdón ni ha tenido el rasgo de inteligencia y de humildad de proponer la retirada de la ley. Todo porque no quieren reconocer el error y los oídos sordos que hicieron a todos aquellos organismos y personas que advirtieron de las consecuencias que traería. Prefieren que abandonen la cárcel todas las manadas y los lobos solitarios depredadores de la libertad sexual de la mujeres, antes que reconocer su error. A eso se le llama soberbia.
Si mezclamos en el cóctel social el odio, la envidia y la soberbia, tenemos como resultado el autoritarismo, que es el embrión incubado en el huevo ideológico de la extrema izquierda desde siempre. La Historia y la terca realidad de algunos países así lo demuestra.
Mientras no logran abolir los controles democráticos, abusan de sus contradicciones y practican el victimismo, aprovechándose de la buena voluntad de los demás.
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