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03 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Socialistas, os mira la historia

No es verdad que no se pueda derrotar a Sánchez: basta con que los barones y diputados socialistas tengan la decencia que su jefe no tiene

Actualizada 01:25

Por muy razonables que sean las sospechas de que a Emiliano García-Page solo le mueve, en su oposición a Pedro Sánchez, el temor a pagar en sus carnes el precio electoral reservado para el Franquito de Moncloa; no es saludable minimizar el valor de su réplica.
Si nos quejamos cuando se callan y les despreciamos cuando hablan, avalamos a quienes piensan que las furibundas críticas al PSOE sanchista obedecen a un prejuicio ideológico, exclusivamente, y no a la naturaleza de sus decisiones, de sus trampas legales, de su cesarismo predemocrático y de su deriva autoritaria, más grave si cabe por ser deudora de quienes aspiran a derrumbar la España constitucional y encuentran en el presidente el mejor ariete para lograrlo.
Se puede creer que las recetas liberales son mejores para satisfacer las esperanzas mayoritarias del ciudadano medio y para conciliar, en un espacio común, sensibilidades, opiniones y expectativas distintas.
Pero no hace falta incluir en ese viaje una demolición total de la socialdemocracia como alternativa, perfectamente válida cuando establece sus diferencias desde dentro del tablero de juego, hoy roto en mil pedazos por un Sánchez secuestrado que camufla su condición lacaya ejerciendo de caudillo.
Page, como Felipe, Borrell, Guerra, Lambán, Vara, Leguina y tantos otros socialistas, no son sospechosos de no buscar lo mejor para España ni de estar dispuestos a pagar el mayor precio para mantenerse en un poder que, siendo un medio para aplicar unas recetas, se ha convertido con Sánchez en un fin en sí mismo.
Ellos, si estuviera en su mano, no avalarían consultas privativas de Cataluña; no convertirían en aliado preferente al partido heredero de Batasuna; no idearían una trama para adulterar la separación de poderes con un asalto al Poder Judicial y no perpetrarían el más nefasto cúmulo de leyes delirantes, inhumanas, dañinas y sectarias que este PSOE rubrica para contentar a Podemos.
Pero que no lo hicieran ellos no significa que no lo estén consintiendo. Y es ahí donde se ubican las palabras de condena enérgica de Page a las andanzas de su jefe de filas.
¿Está dispuesto a algo más o simplemente ha presentado sus credenciales para relevar a Sánchez cuando los españoles le releven a él en las urnas? ¿Se está fabricando el relato para que, si pierde Castilla-La Mancha, pueda echarle la culpa a su señorito e irrumpir desde el Senado como alternativa a un sanchismo decadente? ¿O juega en serio y de verdad es consciente de que, entre las concesiones al separatismo, la contaminación populista y el ataque al Poder Judicial; está en peligro la España nacida en el 78 y mucho más cerca de lo que parece el nacimiento de otro engendro necesariamente perverso?
Lo razonable sería que la última pregunta fuera la que de verdad mueve a Page. Y con él a tantos otros socialistas decentes que han tragado hasta ahora lo imaginable y que, al fin, se dan cuenta de que les mira la historia, les inquiere su conciencia y les necesita su país.
Pero para que esto sea cierto, no basta con echarse cinco minutos al monte ni, tampoco, con lamentar entre sollozos que poco más puede hacer. Porque no es cierto.
Una comparecencia conjunta de todos los presidentes autonómicos socialistas, para oponerse a la deriva de Sánchez y exigirles a sus propios diputados un plante, zanjaría el problema de un plumazo y abocaría al actual presidente a una crisis interna que los barones le reservan para después de las elecciones autonómicas y municipales, cuando ya será tarde.
Y un ápice de dignidad en los diputados socialistas que, en atención a sus barones o por convicción propia, se opusieran a votar en el Congreso la aprobación del fin de la separación de poderes y del nuevo Código Penal a favor de los delincuentes, también ayudaría.
No es mucho pedir: la actual presidenta del Congreso, Meritxell Batet, rompió la disciplina de voto para no abstenerse en la investidura de Rajoy, tras dos elecciones generales perdidas por Sánchez y con el país sumido en un bloqueo endémico. Y con ella, otros catorce diputados desobedecieron las instrucciones de su grupo.
¿Nos van a decir que se puede uno saltar las órdenes para auxiliar a un pequeño sátrapa pero no para ayudar a su país? No es tan difícil acabar con Sánchez: basta con tener la decencia y la humanidad que su jefe, desgraciadamente, no tiene.
Esto no va de derechas o izquierdas. Va de estar con los españoles o con los traidores. Punto.
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