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26 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

La podredumbre valenciana

Cuando tus enemigos te llevan por delante, dejándote tirado en la vía pública, los tuyos miran para otro lado

Actualizada 08:32

Es tal el descalabro en que vive España, que noticias que en otra época hubieran ocupado portadas de periódicos y e informativos audiovisuales se despachan hogaño como asunto menor. Quizá sea porque la situación es mucho más grave hoy que hace ocho o diez años. De entre todas ellas, me llama especialmente la atención en estos días de Navidad lo que estamos sabiendo gracias a las informaciones de El Mundo y El Debate.
No volveré a narrar toda la trama corrupta del Partido Socialista del País Valenciano. Carlos Latorre lo ha desarrollado con detalle en las páginas de El Debate y cualquiera puede consultarlo. Baste recordar que el que fuera gerente de ese partido, Francisco Martínez Rico, ha reconocido ante la Guardia Civil que su formación se ha estado financiando de forma ilegal y que abonó con dinero negro facturas de las campañas electorales de 2007 y 2008. Las de 2007 fueron las elecciones municipales en las que la candidata a alcaldesa de Valencia por el PSOE era la exministra Carmen Alborch y en la de 2008 la candidata al Congreso de los diputados era la que más tarde sería vicepresidente del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. Dos figuras de la máxima relevancia dentro del socialismo valenciano y nacional.
No hará falta que recuerde que cuando la campaña de Alborch contra Rita Barberá, la popular llevaba en el Ayuntamiento de Valencia desde 1991, 16 años. Con financiación ilegal y con lo que se quiera, Alborch fue arrollada electoralmente por Barberá. Y contra ella surgiría una campaña muy sucia que le costó la vida. Nunca jamás fue procesada por nada. Lo más que le encontraron fue un trueque, no ejemplar, tal vez, pero sí irrelevante, de 500 euros. Sí 500. Comparen eso con lo que se despacha por todas partes. Y esas cifras no es que no sean delito, es que no son ni falta.
Y después llegó el caso de Francisco Camps, a quien destruyeron también la vida, aunque no consiguieron que muriese porque su salud aguantó. Un acoso inverosímil. Yo no soy capaz de contar la historia de Camps ni de lejos tan bien como la narró Arcadi Espada en su magistral «Un buen tío. Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres» publicado en Ariel en 2018. Pero debería ser un libro de lectura obligatoria en primero de periodismo en todas las facultades de esa carrera en España. Es increíble que todavía hoy, después de que se hayan archivado todas las causas contra Camps -creo que menos una- nadie le haya pedido disculpas por destruirle la vida. El País sacó en portada sus supuestas corrupciones más de cien veces. De todas ellas los tribunales juzgaron inocente a Camps. Pero su vida está destruida y por más que ha reivindicado su buen nombre, limpio a ojos de la Justicia, su propio partido no parece querer volver a contar con él de cara a las elecciones del próximo mayo, en el ayuntamiento de Valencia o en Comunidad Valenciana. Cuando tus enemigos te llevan por delante, dejándote tirado en la vía pública, los tuyos miran para otro lado.
En esta hora, la corrupción que emerge en Valencia sobre cómo el PSPV financió con dinero negro dos campañas electorales parece tener mucha menos relevancia para El País que los 500 euros de Rita Barberá –con los que no sé si se hubiera pagado en campaña una cena– y los trajes de Camps, que los cuatro sumados costaban más o menos lo que me cuesta uno de los que me hace mi sastre.
En qué grado de miseria, desvergüenza y podredumbre viven algunos en Valencia.
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