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26 de abril de 2024

Enrique García-Máiquez

La enésima paridad

Igual que por el humo se sabe dónde está el fuego, por la cortina de humo se sabe dónde está el escándalo

Actualizada 01:30

Inasequible al desaliento, Pedro Sánchez pretende sacar la Ley de Representación paritaria de mujeres y hombres en órganos de decisión, una enésima norma feminista para subirse a la ola que viene de otro 8-M. Asombra su tenacidad y es fácil reconocerle que, si bien con su tesis doctoral no dio en el clavo, lo hizo con el título de su libro Manual de resistencia. No se cansa. Que no quiere decir que no canse. Esta nueva ley paritaria será improductiva y puede que contraproducente. Para no cansar yo, voy a enumerar telegráficamente las cinco razones de escepticismo ante esta ley.
Igual que por el humo se sabe dónde está el fuego, por la cortina de humo se sabe dónde está el escándalo. Tito Berni hace muy difícil para el PSOE presumir de feminismo en estos precisos momentos. Ya vendrá la amnesia democrática, pero aún no. El interfecto votó contra la prostitución mientras botaba a favor, digamos. ¿Qué vale hoy un voto socialista, más allá del postureo legislativo? Las otrora locuaces diputadas socialdemócratas, calladas ahora en vez de abroncar a sus compañeros de bancada y pedir luz y alcoholímetros, tampoco andan en unos momentos álgidos de autoridad moral. El bochorno es paritario.
En segundo lugar, estas leyes sanchistas dan la espalda a la realidad social, demostrando a las claras sus propósitos netamente propagandísticos. ¿Que exagero? ¡Si el primer Gobierno de Sánchez vulneraba su propio proyecto de paridad… porque ya tenía más mujeres que hombres! Si eran –no sé– las más capaces, me parecía muy bien.
Tercero. Es incoherente hacer normas que protejan a la mujer cuando a la vez se hacen normas que permiten acceder a la condición de mujer a cualquiera que lo pida. La conjunción de ambas líneas de fuerza legislativa nos acerca peligrosamente al punto en que alguien eche cuentas y le salga rentable autopercibirse como fémina, aunque lesbiana y con una familia de golpe no normativa, pero de toda la vida, más moderna que ninguna y con una sobrevenida cobertura legal que ya quisiera un marqués en la Francia prerrevolucionaria. Parece distópico, pero el marco legislativo lo tenemos a punto de caramelo para ese cuadro abstracto o guión de película de Mrs. Doubtfire. Ya hay parejas felizmente divorciadas que disfrutan en paz y compañía de todas las ventajas legales y administrativas de ser un matrimonio roto. Conozco posmodernas parejas de hecho ortodoxamente casadas en secreto por la Iglesia, como en los tiempos de Braveheart.
No hagamos sólo futurismos. La cuarta consecuencia de estas leyes lleva un buen tiempo instalada en nuestra sociedad. Es un halo de sospecha ante muchas profesionales que triunfan. ¿Estarán ahí para cumplir la cuota, la lista cremallera o la paridad prescriptiva? Seguramente esto no pase nunca jamás y, por si acaso, yo no lo pienso ni por asomo; pero reconozcamos que la presión legislativa y socio-política favorece esos juicios injustísimos y nada presentables. El empoderamiento prescriptivo tiene ese talón de Aquiles. Cuando, en vez de ser logros personales de mujeres concretas, la ley impone logros a bulto según sexo, hay un efecto rebote en forma de prejuicio latente.
En último lugar, lo que de verdad cambiaría la realidad no es una ley que la fuerce. La integración y la paridad que tiene que conseguir el Gobierno pasa por conseguir el pleno empleo. Entonces, el 100 % de las mujeres (y el 100 % de los hombres, si me permiten este atavismo de pensar un poco en todos) estarían colocados, con posibilidades de ascender y con opciones de cambiar de inmediato de trabajo si en alguno no se les valorase o no se les permitiera conciliar o se les cerraran puertas a la promoción o surgiesen techos de cristal.
Todo lo que no sea eso es hacernos trampas al solitario con el as del BOE bajo la manga. Quizá valga como publicidad institucional, pero, más allá del ruido, nada de nada.
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