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05 de mayo de 2024

VertebralMariona Gumpert

Aprendamos de Otegi

No demos la batalla por perdida. Quitémonos de complejos, nuestras ideas son válidas, por más que nos tilden de fascistas

Actualizada 01:30

En un par de ocasiones, mi compañero de sección, Antonio Naranjo, ha reivindicado la expulsión de País Vasco y Cataluña de España. Me identifico con él, muchas veces me he sorprendido a mí misma exclamando un «¡que se larguen, hasta las narices de tanta tomadura de pelo y extorsión!» Para, a continuación, reprenderme por boba: «Pero si eres de Valencia y vives en Navarra, ¿qué dices, insensata?» No podemos olvidar a las regiones a las que aspira anexionarse el independentismo bajo la decimonónica idea de Volksgeist (Espíritu del pueblo) y su hijo, el peligroso concepto nazi de lebensraum («Espacio vital» que un estado necesita para existir)
Para sorpresa de ninguno, Otegi cede el gobierno al PNV, su plan es a largo plazo. Necesita primero que Navarra se anexione a la comunidad autónoma vasca (existen vías legales para hacerlo). Para conseguirlo, Otegi solo necesita esperar: a que Bildu crezca –más todavía– en Navarra y a que se le vayan muriendo los votantes del PNV, al tiempo que aumentan las nuevas generaciones votantes de Bildu, que llevan siendo décadas adoctrinadas (también en la Comunidad Foral).
De momento, la mayoría de los votantes navarros apoyan a UPN, ¿qué debemos hacer con ellos? Antonio Naranjo comentaba que, con sus votos, los habitantes del País Vasco demuestran no merecer estar en España. Este axioma no aplica en la Comunidad foral, por no mencionar el éxodo de vascos al resto del país por motivos tan irrelevantes como no desear que te descerrajen un tiro en la nuca o que el mero silencio sobre ciertos temas ya implique posicionamiento y ostracismo social. También los independentistas catalanes aspiran a anexionarse la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares y la Franja de Aragón, pero han debido perder el seny en la cárcel y en el maletero de un coche y quizá, ¡Dios lo quiera!, el lunático de Puigdemont acabe siendo quien acabe con esta legislatura infame (¿alguien cree de verdad que Sánchez dimitirá motu proprio? Otra cosa es que lo dimitan por causas de las que no nos enteraremos a corto plazo).
Si nos ponemos a repartir culpas, hablemos del conjunto de la población española: o jugamos todos o rompemos la baraja. La mayoría de los españoles ha votado al PP o al PSOE durante años (¡qué remedio!) partidos que han gobernado –no lo olvidemos– en distintas ocasiones con el apoyo de los nacionalistas. Desde la configuración del modelo territorial en la constitución del 78, sumado a las decisiones políticas tomadas a lo largo de los años, se ha alimentado el independentismo hasta convertirlo en el monstruo que es hoy. Entonces nadie protestaba demasiado. Nadie pedía medidas distintas al presidente de turno para cambiar el obvio cariz que iban tomando los acontecimientos en las regiones independentistas. Ninguno reivindicaba una política de pactos de Estado entre PP y PSOE, algo que muchos votantes de centroderecha desean ahora a la desesperada y que, por cierto, no va a suceder (¿se nos ocurre entonces echar a media España del país por seguir eligiendo al PSOE de Sánchez? ¿Expulsaremos a los votantes socialistas que prefieren el apoyo de Bildu al del PP? ¿A quiénes apoyan incondicionalmente a un Feijóo cuyo objetivo es eliminar a Vox mientras tiende la mano al PNV y comenta que no tiene interés en qué Puigdemont entre en la cárcel?)
Las circunstancias son complicadas, y lo que nos sale de las entrañas es desear lo que sugiere Naranjo (¡yo caigo en eso con facilidad!). Pero no perdamos la esperanza. Fijémonos en quiénes obtienen mayoría de votos en Navarra, Baleares y Comunidad Valenciana; acordémonos de los escaños que llegó a obtener Ciudadanos en Cataluña. No demos la batalla por perdida. Quitémonos de complejos, nuestras ideas son válidas, por más que nos tilden de fascistas. Empleémonos más a fondo en aquello en lo que la izquierda –¡de momento! – nos gana por goleada: la batalla por el relato. Esta es una lucha a largo plazo en la que debemos ser constantes y pacientes. Aprendamos de Otegi en este sentido».
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