El grito de «la generación hipersaturada»: los jóvenes adultos siguen haciéndose preguntas existenciales
Marta Oporto-Alonso, profesora de los grados de Psicología y Educación de la Universidad San Pablo CEU y colaboradora del Instituto de la Familia CEU, explica cuáles son los anhelos más profundos de la nueva generación de jóvenes de entre 18 y 30 años
Los jóvenes de entre 18 y 30 años siguen haciéndose preguntas complejas
Siempre hay lugar para la esperanza… Pero ese lugar se debe trabajar y buscar desde una mirada renovada de la realidad.
Mi vida transcurre en contacto con personas que se encuentran en dos etapas evolutivas bien diferenciadas: la infancia, que disfruto enormemente en mis hijos; y eso que ahora denominamos «jóvenes adultos».
Las definiciones más ortodoxas describen esta etapa como el periodo del desarrollo humano que se sitúa aproximadamente entre los 18 y los 25 años, ¡aunque algunos autores la extienden hasta los 30! Se caracteriza por la transición desde la adolescencia hacia la adultez plena, marcada por la búsqueda de autonomía personal y económica, la consolidación de la identidad, la formación de relaciones íntimas estables y la toma de decisiones significativas en el proyecto de vida de cada persona.
El término «adultez temprana» no deja de ser controvertido: parece enmascarar, por una parte, cierto miedo a tratar como adultos a jóvenes que percibimos frágiles, y por otra, refleja el deseo explícito de una sociedad que quiere prolongar una juventud que nunca termine. Si usted no la conocía, aquí se la he presentado. Porque quizás nunca fue un «joven adulto», pero lo cierto es que la observa –e incluso la «padece»– en personas a su alrededor.
El término «adultez temprana» no deja de ser controvertido: parece enmascarar, por una parte, cierto miedo a tratar como adultos a jóvenes que percibimos frágiles, y por otra, refleja el deseo explícito de una sociedad que quiere prolongar una juventud que nunca termine.
Para envidia de muchos, estoy en contacto constante con jóvenes adultos. Y digo envidia, sí, porque lejos de despertar en mí algún pensamiento pesimista, me ofrecen una óptica de la vida que me permite verla –y verme a mí misma– esperanzada.
Imagino que el lector, hasta este punto, estará quizá en desacuerdo o no con mi análisis, pero seguro que está poco menos que asombrado: ¿alguien defendiendo que la juventud no está tan mal como nos la pintan? Pues fíjese que sí: a veces la realidad es aplastante y objetiva con sus hechos contundentes.
Les cuento. La semana pasada mantuve una conversación con una treintena de jóvenes en torno al contenido de un libro sobre educación. Más allá de la temática –profunda, bien fundamentada y con connotaciones trascendentes sobre qué significa educar– pude comprobar que el hombre y la mujer de nuestros días siguen haciéndose preguntas.
Y esto es una realidad que no debemos dar por sentada, pues hay que sembrar las condiciones idóneas para que la persona se atreva a preguntar y a buscar: buen material de lectura, un ambiente preparado para la conversación y la voluntad de escucharse y pensar juntos.
Las preguntas que de forma natural se hacían estos jóvenes revelaban una inquietud profunda por cuestiones universales que, a priori, parecerían ajenas al interés de un joven de hoy.
En realidad, se trata de interrogantes que tocan la raíz de la educación y de la vida: cómo sostener la esperanza en medio de la fragilidad, cómo despertar la motivación intrínseca en un mundo saturado de estímulos, cómo llegar al corazón para descubrir el sentido y la verdad, y cómo vivir la libertad y los valores sin reducirlos a normas rígidas.
Son preguntas que invitan a pensar más allá de lo inmediato y muestran que, incluso en una cultura marcada por la prisa y la tecnología, late el deseo de profundidad y de plenitud.
Esta conversación me ha hecho constatar que, en el corazón de esta generación hipersaturada, podemos escuchar un grito profundo que sigue reclamando los grandes ideales. Me lo dicen sus rostros cada vez que hablamos de que, en lo más profundo de nuestros corazones, está inscrito un anhelo de amar y ser amados.
En esa tensión entre lo que Allers denominó sentido de pertenencia y significancia, la vida transcurre generación tras generación. Es precisamente este hilo invisible el que permite que siga siendo posible el diálogo entre padres e hijos, abuelos y nietos, entre maestros y alumnos.
Atreverse a buscar es un acto profundo de rebeldía contra el orden que parece imponerse. Cada interrogante que nace en el corazón de un joven abre una grieta en la superficialidad y deja entrar la luz. Ese espacio, ese resquicio, es el lugar para la esperanza.
* Marta Oporto-Alonso es doctora en Psicología, profesora adjunta en los Grados de Psicología y Educación de la Universidad San Pablo CEU y colaboradora del Instituto de la Familia CEU.