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29 de marzo de 2024

Desde la almenaAna Samboal

El miedo es libre

¿En qué manos estamos? En las de una hornada de dirigentes que harán todo lo posible para mantener el bienestar de sus coetáneos, porque en ello les va el salario, cargando la factura a sus descendientes

Actualizada 01:30

Pasará la crisis del SVB. Las autoridades harán todo lo que esté en su mano para que pase. Lo más rápido posible. Y volveremos a dormir confortablemente, a meter en el cajón del olvido al fantasma de 2008, que, por unas horas, nos ha quitado el sueño. Nos dirán –y nos diremos autocomplacidos– que las entidades en Europa están sometidas a leyes más exigentes, que ninguna como el banco californiano tiene esa exposición a las startups o a la tecnología. En eso llevan razón.
Pero si silbamos y miramos a otro lado, olvidaremos la segunda causa de la quiebra. El SVB intentó sortear su falta de liquidez vendiendo los activos de su cartera. Y se quedó como el rey desnudo. Estaba cargado de títulos de deuda que, con la subida de los tipos de interés, se habían depreciado ostensiblemente. Ahí se precipitó la insolvencia que le ha forzado a declarar la bancarrota. ¿Y quién no tiene títulos de deuda? Echemos un vistazo a los balances… ¿Se atreven a contabilizarlos a precios de mercado? Hay nervios en el Nasdaq, en Wall Street, en la city de Londres, en Frankfurt y en todas las plazas financieras.
Los bancos centrales han comprado deuda y han estimulado a comprar deuda para salvar de la quiebra a los Estados. Y los gobiernos, lejos de reducir su dependencia del dinero de otros, han sacado provecho de la coyuntura y han seguido gastando a manos llenas. El precio del dinero ha sido nulo durante demasiado tiempo, la inyección de liquidez en la economía productiva, una constante. Y, ahora, cuando intentan detraerla para absorber la inflación que ellos mismos han contribuido a generar, se dan de bruces con las consecuencias. Si cumplen su mandato, contener la subida de precios, pueden provocar una cascada de suspensiones de pagos. Si no lo hacen y permiten un elevado nivel de los precios de consumo, contribuirán a empobrecer paulatinamente a empresas y ciudadanos. ¿Susto o muerte? ¿Alguien tiene duda de cuál es la respuesta?
Da la impresión de que el ciclo alcista de tipos de interés tiene los días contados. Perderán, más de lo que ya han perdido, los ahorradores, que ven cómo el fruto de su esfuerzo tiene un rendimiento nulo. Volverán a ganar los que, en una alocada carrera, siguen gastando lo que tienen y lo que no tendrán. Confiarán en una próxima revolución tecnológica que, como la del 2.0, eleve la productividad y nos induzca a creer que los ciclos económicos han terminado. Eso pensó nada menos que Alan Greenspan en el 2000. Y, si no llega, ya se ocupará de la factura la próxima generación.
¿En qué manos estamos? En las de una hornada de dirigentes que harán todo lo posible para mantener el bienestar de sus coetáneos, porque en ello les va el salario, cargando la factura a sus descendientes. Es la misma filosofía que subyace a la reforma de las pensiones que ha planteado en España el ministro Escrivá: paguemos a los jubilados, aseguremos su voto, que, cuando los que hoy trabajan lleguen a la edad de cobrar pensión, con suerte, ya no estaremos. Y, si las cosas se ponen feas, como el problema no sólo es de España, porque es de toda Europa, ya vendrán de Bruselas o Fráncfort a liquidarlo. La máquina de hacer dinero hace milagros. Para el que quiera verlos. Todos los esfuerzos para que no se detenga la rueda, más gasolina al fuego.
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