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19 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Recado de Nadal a la izquierda copo de nieve

El gran campeón se ha atrevido a decir algo políticamente incorrecto: hay que encarar las adversidades con sacrificio en lugar de entregarse al victimismo

Actualizada 14:09

La ideología que se ha autobautizado como «progresismo» es la versión tuneada del izquierdismo que fracasó estrepitosamente en el siglo XX. Su probada ineptitud económica y su constricción de la libertad se tapan ahora con el agua de colonia del ecologismo, la negación del sexo biológico, la censura en forma de corrección política y la negación de Dios, al que suprimen como una fábula que urge dejar atrás.
La idea central es que el gran YO, el súperego, está por encima de cualquier consideración. No debe ser limitado por nada, ni por la tradición, ni por la biología, ni por apelaciones morales. Paradójicamente, ese narcicismo extremo, que convierte al individuo en medida de todas las cosas, ha acabado en la práctica con un Estado providencial pastoreando a todos esos mega-yoes, que cuanto más libres se creen en realidad menos lo son.
Hoy en día, el principal placebo que receta la izquierda a «la gente» es el lamento, la queja victimista de un yo siempre agraviado. El «progresismo» ya no aspira a ofrecer soluciones al cuerpo central de la sociedad, las anchas clases medias y bajas, sino que se conforma con dar un altavoz a diversas minorías que se creen marginadas y ofendidas.
La ideología que acabo de describir -y disculpe quien se haya aburrido- es muy insidiosa, va penetrando por todos los poros de la sociedad. Muchas veces se inocula de manera sutil, enmascarada. Por ejemplo, la manera de pensar que destilan las producciones de Netflix encarna el catecismo progresista en estado puro. Hay más ejemplos, como la condena del esfuerzo y la negación del valor del mérito. En ocasiones el tema se torna más esquinado, como en el caso del énfasis del «progresismo» en los problemas de salud mental, que en el fondo encaja como anillo al dedo con el victimismo de la «Generación Copo de Nieve» (como denominan en Estados Unidos a los estudiantes de la izquierda lacrimógena, que se deshacen ante cualquier problema y que hoy dominan los campus universitarios).
Por supuesto: las enfermedades mentales son un asunto muy serio y hay que prestarles máxima atención. He visto a buenos amigos sumidos súbitamente en depresiones insondables, pasándolo horriblemente mal; además, como todo el mundo, conozco personas cuya vida es una pelea constante contra la ansiedad, o contra cambios de humor que requieren ser atemperados por la medicación.
Pero como tantas veces, el «progresismo» victimista y nuestro empalagoso Gobierno han pasado de lo sublime a lo ridículo. Están desvirtuando el concepto de enfermedad mental, al incluir ahí reveses que simplemente forman parte de la vida.
Ahora -¡por fin!- un inesperado filósofo se ha atrevido a poner los puntos sobre las íes. Resulta que este sabio es un hombre de pocos estudios. Pero ha dado la vuelta al mundo varias veces, ha tratado a gente de todo pelaje y fue desahuciado por los médicos para su profesión con solo 20 años, aunque se sobrepuso y acabó convirtiéndose en el número uno de su oficio. Es una persona que se lo ha ganado todo a pulso y que viste la armadura del sentido común. Se llama Rafael Nadal Parera, tiene 36 años, y se ha atrevido a soltar lo siguiente: «Nos hacemos demasiado débiles mentalmente. La salud mental es vital, pero creo que hay que entrenarla. Si a la mínima que no nos salen las cosas paramos, para mí estamos desentrenando la salud mental y entrenando en su lugar la frustración, y si nos frustramos a las primeras de cambio lo que estamos haciendo es ser más infelices». Chapó. Pleno al quince. En efecto, si te despiden, si te planta tu pareja, si te detectan una enfermedad seria, si pierdes a su ser querido… inevitablemente vas a sufrir un bajonazo anímico. Pero no es una enfermedad mental. Son golpes de la vida que toca intentar encajar con la mayor entereza posible.
Que se vaya preparando Nadal, porque lo que él vende, el esfuerzo y el sacrificio, está en las antípodas de la cataplasma político-cultural que hoy nos aplican.
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