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20 de abril de 2024

Desde la almenaAna Samboal

Un país de racistas

En España, durante décadas, hemos sido víctimas del racismo. Eran xenófobos los que, en el País Vasco, espiaban a sus vecinos porque les consideraban lo que ellos mismos eran: españoles

Actualizada 01:30

El campo de fútbol es todavía ese lugar en el que, cada fin de semana, buena parte del personal va a volcar sus desahogos. Existe alguno que otro que siente tal pasión por los colores que, si su equipo pierde, se va a la cama sin cenar y con un disgusto de mil demonios. Ni la foto de los jugadores regando la derrota en una buena marisquería es capaz de borrar su enfado. Por eso, para los adversarios del Madrid, Vinicius es un terrible dolor de cabeza. Dirigen contra él los más viles insultos con el objetivo de anular su capacidad de pensar, de jugar, de ganar. Si fuera un hombre de origen europeo, con mejillas sonrosadas y albino también sería blanco de sus improperios. Sin embargo, la respuesta social no sería la misma que han desatado los gritos en Mestalla. Probablemente, ni siquiera hubiera sido noticia. Pero no por ello deja de ser censurable lo ocurrido.
Seguramente, en los campos de fútbol y en la sociedad española, hay personas que se sienten superiores a otras simplemente porque el color de su piel es más claro. Y deben creer que esa macabra percepción les da derecho a agredir verbalmente al otro, a hacerle de menos, a insultarle. Son racistas. Y merecen el señalamiento y las consecuencias que dicte el ordenamiento jurídico.
Pero también son racistas los que, en los colegios catalanes, señalan a los hijos de policías nacionales, guardias civiles y políticos constitucionalistas. Esos que les recriminan por hablar en español en el patio a la hora del recreo. Los que, desde las instituciones que sus padres financian pagando religiosamente los impuestos, les impiden estudiar en su lengua materna en su propio país. Y los que, haciendo la vista gorda, por puro cálculo partidista, lo toleran. Es racismo para el que no hay respuesta social, por el que no veremos pedir perdón rodilla en tierra. Ni en un campo de juego, ni desde la Moncloa.
En España, durante décadas, hemos sido víctimas del racismo. Eran xenófobos los que, en el País Vasco, espiaban a sus vecinos porque les consideraban lo que ellos mismos eran: españoles. Les seguían y les señalaban para que los asesinos de la ETA colocaran una bomba bajo sus coches o les pegaran un tiro. Eran racistas los que obligaban a todo el que no era de RH euskaldún a hacer las maletas, a dejar su casa y su ciudad para sentirse seguros y libres. O, al menos, para no enloquecer. Y para esos racistas no hay respuesta política. Vestidos de defensores de los derechos sociales, ahora se sientan en los parlamentos y pretenden representarnos a todos.
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