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28 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Tina, el hombre malo y los tres buenos

Sobre el increíble viaje de aquella niña que empezó su vida recogiendo algodón en los campos de Tennessee

Actualizada 09:24

Little Richard, el negro-blanco Elvis, Tina… fuerzas de la naturaleza con origen compartido. Todos vinieron al mundo en el Sur profundo de Estados Unidos durante los años treinta y compartieron la única escuela posible para ellos: el góspel, los espirituales de los negros que cantaban de niños en sus iglesias. Después rubricaron ascensos increíbles a la cima del éxito desde las simas de la miseria.
Tina Turner se ha muerto a los 83 por un largo cáncer intestinal. Se ha ido en la civilizada y elitista Suiza, donde se había afincado en 1995 y donde guardaba su fortuna: 250 millones de dólares. Se los ganó a pulso. Tina vivió tres vidas en una. Anna Mae Bullock, que así se llamaba, había nacido en Nutbush, un villorio de 200 almas del Tennesse más rural, en el seno de una familia de granjeros del algodón. Ella misma recogió copos en su infancia. Fue la tercera hija de una madre que nunca la quiso, que se largó cuando tenía once años. Se crio de mano en mano, con sus abuelos, con sus hermanas…
A los 16 años se ve forzada a volver con su madre, esta vez en San Luis. Annie trabaja de auxiliar de enfermería, pero desde sus días en el coro baptista de Nutbush lo que le gusta es cantar. Una noche sucede una de esas historias que solo pasan en las películas. Acude con su hermana al Club Manhattan, a ver a los Kings of Rhythm del enérgico guitarrista Ike Turner, y poseída por la música sube al escenario y pide que la dejen cantar. Asombra. Al año siguiente se enrolará en la banda, que pronto se convertirá en el dúo Ike & Tina Turner. Se ha embarcado en una espiral de éxito y tragedia.
A los 18 años, Little Annie, ahora ya Tina, se queda embarazada del saxofonista del grupo, que no quiere saber nada. Madre soltera, acaba bajo el cobijo del líder Ike, un músico de muchísimo talento y también una suerte de psicópata de cólera espoleada por la farlopa. Se casan y comienzan 16 años de pesadilla. Las palizas son crecientes. Un labio inflamado, un ojo morado, un hombro dislocado… Cada vez venden más discos, y cada vez le pega más, pero no se atreve a romper amarras con su mentor. «Me pasé aquellos años como muerta. No existía». Una noche de 1976 aparece pidiendo auxilio en la recepción de hotel Ramada Inn de Dallas, con un vestido blanco ensangrentado, 36 centavos en el bolso y el coche en que ha huido en la puerta. Ya no volverá con Ike.
La situación de Tina se torna ahora ambivalente. Ha dejado atrás al animal que la martirizaba, pero ha cegado su medio de vida, que era su exitoso dúo con él. Debe medio millón de dólares a Hacienda y como artista en solitario se ve relegada al circuito de los clubes de segunda y las fiestas particulares.
Con la nueva década de los ochenta comienza la que es, junto a la de Frank Sinatra, la mayor operación retorno de la música popular estadounidense. Tras el hombre malo aparecen tres buenos. En 1980 conoce a un joven mánager australiano, Roger Davies, que dirige la carrera de Olivia Newton-John. Roger decide apostar por ella reinventándola. El cabaret R&B de los antros oscuros debe quedar atrás. Toca forjar una gran diva del pop-rock. El siguiente hombre bueno se llama David Bowie. Está entonces en la cima de su éxito y pide a EMI, su compañía, que den una oportunidad a Tina Turner, «porque es mi cantante favorita de todos los tiempos». Le hacen caso a regañadientes y en 1984 graban a desgana una canción, ‘What’s love’, que se convierte en un número uno. A toda prisa graban un disco entero, «Private Dancer», con una balada de Mark Knopfler como banderín de enganche. ¡Vende 14 millones de copias! Tina está de vuelta.
El tercer hombre bueno, y el más importante para ella, es un alemán llamado Erwin Bach. En 1986 trabaja como relaciones públicas de la EMI en su país y le encargan que acuda al aeropuerto de Düsseldorf a cumplimentar a la diva. Él tiene 30 años y ella 47. Desde la pesadilla con Ike, Tina tiene aprensión a las relaciones. Algo en Erwin derriba su muro. En palabras de ella, «amor a primera vista». Tras 27 años como pareja se casan en 2016, cuando la cantante tiene ya 73 años. Y entonces se hace real lo que siempre había salmodiado ella, budista desde 1973: «Si te mantienes firme y sigues adelante, la vida acabará abriéndose ante ti». Erwin Bach resulta ser un hombre bueno, la antítesis de Ike Turner. Solo tres semanas después de la boda, Tina sufre un ictus. En 2016 le detectan un cáncer intestinal. Y en 2017, él le brinda una prueba inequívoca de amor: le dona uno de sus riñones para un trasplante. No me quiero poner meloso, pero resulta emocionante el relato de ella contando como su marido vino a visitarla en silla de ruedas tras la operación compartida de ambos.
Tina Turner rugía como una fiera y poseía una imponente presencia escénica. Pelucón de pelos disparados, minifalda guerrera –«no se puede bailar con falda larga»– y a comerse las tablas. Se pasó toda su vida curando sus heridas interiores y parece que al final lo consiguió. Escucho de fondo mientras escribo «River Deep-Mountain High», el formidable disco de 1969 que produjo el chalado Phil Spector para Ike y Tina. Asombra su garra y perfección. Spector acabó en la trena por matar a tiros a una actriz en 2003. Ike era escoria humana, a pesar de su enorme talento. Siguió maltratando a mujeres y murió de sobredosis. Ella, abstemia y contraria a las drogas, aguantó los humores destemplados de aquellos dos genios chiflados de la música y entre los tres levantaron una obra de arte.
Descansa con Dios, Annie Mae, y gracias por tu arte, y hasta por tus buenos consejos: «Le digo a la gente que tenga una vida espiritual. Una vez que te has comprado coches y ropa, el vacío sigue ahí, notarás que necesitas algo más grande».
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