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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Por qué las elecciones vascas tienen truco

El equivalente al 9 % de la población que tenía la región en 1977 hubo de irse por la violencia y la presión nacionalista, ese éxodo desfiguró el panorama político

Actualizada 10:37

Dos condiciones sine qua non para hablar en puridad de democracia son el respeto a la existencia del adversario político y que todas las formaciones puedan competir en igualdad de condiciones. En el País Vasco eso no se cumple, por una lamentable realidad que se suele enterrar bajo un manto de amnesia: el exilio de miles y miles de vascos, que se tuvieron que largar de la región por los asesinatos y las presiones del separatismo. Todas las elecciones que allí se celebran tienen truco, debido a que un volumen muy relevante de votantes de partidos pro españoles han sido expulsados de su tierra y se han ido a vivir a otra parte.
Un estudio del Centro de Estudios, Formación y Análisis Social del CEU, que se presenta este miércoles, ha puesto cifras a ese éxodo. Según sus cálculos, desde 1977 hasta hoy, 180.000 vascos se han tenido que marchar por la presión del rodillo nacionalista, que durante muchas décadas llegó a la violencia extrema: el asesinato a sangre fría del discrepante en una macabra lotería del terror. La cifra de exiliados equivale al 9 % de la población que tenía el País Vasco en 1977. Un simple ejemplo permite vislumbrar muy bien la magnitud de esa merma: equivale a suprimir la ciudad de San Sebastián entera, que tiene 186.000 vecinos.
En las últimas elecciones autonómicas, en 2020, el PNV ganó con 349.000 votos y Bildu obtuvo 249.000. En el otro lado de la barrera, el PSE sumó 122.000 (aunque hoy la franquicia del PSOE es un partido filonacionalista), el PP se quedó en 60.600 papeletas y Vox recibió 17.500. ¿Qué pasaría si sumásemos a los partidos de la derecha española 180.000 votos más? Pues es evidente: se convertirían en una alternativa de enorme fuerza, en ocasiones incluso con posibilidades de desbancar a los independentistas de Bildu y PNV (que por supuesto son tan separatistas como los de Otegui, aunque vistan corbata y gasten mañas farisaicas). Es decir, el exilio forzado del 9 % de los vascos ha supuesto un enorme rédito político para el nacionalismo, porque le ha garantizado un imperio electoral casi perpetuo.
El informe del CEU resalta también un segundo aspecto muy interesante: el drama demográfico vasco y la enorme ventaja fiscal que disfrutan. A pesar de la fanfarronería allí imperante, que lleva a muchos vecinos a pensar que aquello es un Xanadú sin parangón en una atrasada España, lo cierto es que el País Vasco tiene hoy mucho de sepulcro blanqueado. Se trata de la comunidad que más ha envejecido desde 1976, y eso ciega su futuro. Además, su tejido empresarial, importantísimo en el siglo XX, ha perdido inventiva y en gran medida siguen viviendo de las últimas rentas de lo que crearon antaño. Y sin embargo, el País Vasco conserva todavía la segunda mayor renta per cápita de España tras la Comunidad de Madrid. ¿Por qué? Muy sencillo: por una fabulosa bicoca fiscal, que hace que reciba del Estado muchísimo más de lo que aporta, con la consiguiente prima de financiación respecto a las otras regiones.
De vez en cuando, estaría bien que en lugar de dar la murga en los famosos «aberris» varios que organiza en las campas, el PNV tuviese la cortesía de dar las gracias a sus compatriotas españoles por las inmensas cesiones de dinero que mantienen en pie el chollazo vasco. De paso, tampoco estaría de más que pidiesen perdón a los exiliados que se tuvieron que marchar por su pasividad (y que lo tienen que seguir haciendo por su demencial política lingüística en la enseñanza, con niños forzados a estudiarlo todo en un idioma que en su vida privada no utilizan jamás y que en Bilbao no habla a diario ni el 5 % de la población).
Pero que vuelva el exilio no mola, claro, porque si votasen los vascos expulsados de la Arcadia nacionalista igual se acababa la ventaja perpetua en las urnas del PNV y el partido de ETA.
(PD: Y todo esto lo escribe un gran admirador de los vascos y del País Vasco, casado para más señas con una maravillosa donostiarra, pero al que no le gusta comulgar con ruedas de molino nacionalistas).
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