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23 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El purgatorio de los arquitectos

La arquitectura que se ha hecho en España desde los años sesenta hasta hoy nos ha legado unos barrios feos, que desmerecen frente a los de etapas anteriores

Actualizada 14:15

El desfile del Día de las Fuerzas Armadas, presidido por los Reyes, ha resultado un éxito. Sucede igual todos los años, se celebre donde se celebre, porque los españoles respetan y admiran a sus ejércitos. Esta vez se ha elegido Granada y los vecinos se han volcado. Lo he visto un rato. Todo estaba perfectamente organizado y resultaba muy vistoso. Sin embargo, no pude dejar de reparar en una pincelada que desmerecía: los insulsos edificios actuales que se veían tras el palco de los Reyes, en la avenida de Méndez Núñez. Y es que en Granada sucede como en casi todas las ciudades españolas: la arquitectura que se ha hecho desde los años 60 hasta hoy desmerece de las partes previas de la urbe.
La antiquísima ciudad de Granada es una de las más hermosas de España y un imán para el turismo. Y no solo por la Alhambra. Su catedral renacentista, donde yacen los Reyes Católicos, es extraordinaria. También puede disfrutarse del sabor del Sacromonte y del barrio del Albaicín; o pasar por la calle del Darro, con sus vistas únicas de la Alhambra; o recorrer sus centenares de iglesias, o pasear por la elegante Plaza Nueva… Pero en la parte nueva llegamos a lo de siempre: anodinos edificios de pisos con fachadas repetitivas y sin gracia, que han envejecido mal. Es un fenómeno que se repite por todo el país. El casco antiguo de Cádiz, que alcanzó su cénit en la opulencia en el XVIII, es un tesoro, pero la parte nueva se yergue como un espanto arquitectónico. Lo mismo pasa en La Coruña, extraordinaria desde el ensanche hasta la Marina y con unos barrios nuevos de una arquitectura lamentable (véase los adefesios de la Ronda de Outeiro). O lo de Vigo, donde asomada a la ría más bonita de España se fue construyendo una ciudad feucha, que desmerece de su entorno y apenas permite ver el mar que la engalana. O en el propio Madrid, donde calles encantadoras con edificios de gran solera lindan con barrios y barrios lastrados por la hórrida arquitectura de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
¿Por qué el centro de Londres nos resulta agradable? Muy sencillo: porque respetaron todas las construcciones de la época victoriana y se prohibió levantar obra nueva durante los siglos XX y XXI. De lo contrario habría ocurrido también el fenómeno que hemos descrito. En su larguísima espera como Príncipe de Gales, el hoy Rey Carlos III mantuvo una diatriba furibunda contra la arquitectura moderna, con un argumento bien sencillo: a la hora de la verdad funciona muchísimo peor que la tradicional, crea barrios feos, desangelados, grises. Me temo que en general le acompaña la razón.
A mí también me encantan los edificios de Mies van der Rohe, el que fuera el último director de la Bahuaus, o de Le Corbusier, y me pasman las maravillas que se le ocurrían a Frank Lloyd Wright allá en los años veinte y treinta del siglo pasado. Pero la cruel realidad es que sus hallazgos, su simplificación de las líneas y su frialdad no han funcionado cuando se han intentado repetir a gran escala de manera comercial. Se abandonó la arquitectura de antaño, tachándola de cursi, barroca y hasta kitsch, pero lo que nos han dado a cambio son fachadas planas de ventanas cuadradas sin gracia alguna. Cajas de zapatos apiladas una tras otra, carentes de la más mínima inventiva. Los arquitectos culpan a la codicia de los constructores, que no facilitaron presupuesto para más. Los constructores esgrimen que «es lo que hay», lo que les ofrecen y lo que se estila. Pero el resultado es que la arquitectura de gran consumo que se ha hecho en España desde los años sesenta nos ha instalado en la fealdad. Viendo algunos barrios –o algunas ciudades del cinturón del gran Madrid– sueñas con una piqueta gigante que permitiese demolerlo todo y volver a empezar con un poquito de buen gusto.
En una película menor de Woody Allen, el gran gafapasta llega al infierno y se encuentra a un tipo sufriendo horribles padecimientos en las calderas de Satanás. «¿Y usted por qué está aquí?», le pregunta Woody, con una mezcla de compasión y pura curiosidad morbosa. «Soy el inventor de los muebles de metacrilato», confiesa el penitente. Me temo que va a haber muchos arquitectos españoles en el purgatorio de las malas artes haciendo compañía al tío de los muebles de metacrilato. Todos esos edificios pésimos no se hicieron solos. Alguien los diseñó, alguien los dio por buenos.
Y ahora llámenme carca si quieren. Pero…
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