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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Y un día despiertas y ya no conoces tu país

A muchos españoles nos desconcierta que 10,7 millones de nuestros compatriotas hayan apoyado a Sánchez y Díaz sabiendo que son rehenes de los separatistas

Actualizada 10:16

Todos vamos cumpliendo años. Pisamos menos la calle, con las jornadas apretadas por el trabajo y los compromisos. Tenemos las orejas menos abiertas que en la juventud. Nos volvemos más impermeables, más predeterminados por nuestras fijaciones y apriorismos… Y un día nos despertamos de sopetón descubriendo que hemos dejado de conocer nuestro propio país. Simplemente ya no es como nosotros seguíamos creyendo que es.
Imagino que a muchos españoles de mi generación, de la quinta del 64 y aledaños, les habrá sucedido lo mismo que a mí a tenor de los resultados electorales. Nos hemos quedado asombrados ante el grado de apoyo que han conservado el PSOE y los comunistas (10,7 millones de papeletas), cuando era sabido que votarles suponía aceptar una coalición de Gobierno con partidos separatistas, que iban a exigir como pago consultas de independencia. En modo alguno podía haber ahí fuera diez millones de Españoles dispuestos a abrazar un trágala tan peligroso. Pues bien: ahí están.
La España que teníamos en mente antes de despertar era la de una amplísima mayoría de compatriotas apegados a su nación y con deseo de garantizar su permanencia. La España que teníamos en mente estaba conformada por ciudadanos con ganas de ir a más en la vida y muy laboriosos, a pesar del ramalazo lúdico del país. La España que teníamos en mente estaba integrada por personas que saben en su mayoría lo que cuesta ganar un duro y valoran la prudencia en las decisiones económicas. La España que teníamos en mente compartía, con mayor o menor intensidad, un modo de ver la vida conformado alrededor de los valores católicos, la fe todavía mayoritaria. La España que teníamos en mente era una de pequeños propietarios, que se han sacrificado y ahorrado para tener su piso; con familias unidas y estructuradas, donde los padres trabajan con tenacidad para que sus hijos tengan mejores oportunidades que ellos.
La España que teníamos en mente estaba formada por pequeños empresarios que se atreven a emprender un negocio y por empleados comprometidos con las compañías que les dan empleo. La España que teníamos en mente era una donde la palabra dada era sagrada y faltar a ella, un oprobio y una indignidad. La España que teníamos en mente jamás iba a perdonar a los salvajes que mataron aleatoriamente y a traición, con un tiro en la nuca o despanzurrándolos con una bomba, a quienes se atrevían a sentirse españoles y libres.
Pero me temo que esa España se ha diluido en gran medida. Es más bien la de mis padres y la que yo conocí en mi juventud del siglo XX que la actual.
El relativismo ha sustituido al valor de la palabra dada. El victimismo y la queja han suplido al esfuerzo tenaz. El patriotismo se ha difuminado, y algunos piensan que su patria es una cuenta de Instagram, o una plataforma de televisión, o los videojuegos. La familia tradicional se va convirtiendo en una rareza en las series, películas y novelas que ofrece una cultura dominada por la izquierda. Tener hijos es muy cansado y te estropea «el finde» y «las vacas». La unidad de España es una murga «de fachas». La nueva moral es la amoralidad diletante. Ahorrar es cutre y de yayos, mejor «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». La subvención parece más honorable que el empresariado y la aventura liberal.
¿El terrorismo y sus víctimas que siguen sufriendo cada día? ¿Quién quiere acordarse pudiendo ocuparse de ganar retrospectivamente una Guerra Civil que perdió hace más de 80 años el Frente Popular? En cuanto a la libertad, no parece que importe demasiado entregársela a quien va mostrando los peores instintos autocráticos.
¿Qué ha pasado en España? Pues que mientras los conservadores descuidaban por completo el plano de las ideas, la cultura y las televisiones, la izquierda ha trabajado a tiempo completo durante décadas para ahormar la mente de la sociedad a esa plantilla ideológica indiscutible que se autodenomina «progresismo». No hay ahora mismo un solo intelectual de derechas en España de amplio calado público y al que la sociedad escuche con atención. La cultura la mangonea la izquierda. El alto empresariado español, cobardón como pocos, no dice esta boca es mía en público (en privado, hay que oírlos…). Las formaciones de derechas se pelean entre sí en vez de buscar alguna forma de unidad, facilitando con su enemistad el imperio perpetuo de la izquierda. Y el partido que competía por el poder como cabeza de la oposición se presentaba como un grupo de oficinistas pulcros, que solo ofrecían no molestar demasiado y ser también un poquito de izquierdas. Lo que mueve el mundo son las ideas, no las hojas Excel.
Pensándolo bien, lo asombroso es que todavía haya habido 11 millones de votos para PP y Vox frente a 10,7 de PSOE y Sumar.
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