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21 de mayo de 2024

Agua de timónCarmen Martínez Castro

La inevitable decadencia

El debate territorial nos conduce a una decadencia inevitable porque ha secuestrado todos los otros asuntos urgentes a los que deberíamos estar prestando atención

Actualizada 01:30

Ya estaba tardando el PNV en levantar el dedo y pedir su cuota de protagonismo en la subasta que se está organizando para hacer presidente a Pedro Sánchez a costa de la Constitución. Los portazos desabridos al PP no eran suficientes para frenar el malestar entre quienes no entienden que se haya cedido todo el protagonismo a Puigdemont cuando, en realidad, el PNV es tan decisivo como el prófugo de Waterloo. Otros tampoco comparten el entusiasmo de la derecha vasca por apoyar a un nuevo gobierno social comunista y para acallar tanto runrún de malestar y no seguir pareciendo el kleenex de Sánchez –según definición de Ortuzar–, Urkullu parió esta semana una boutade que no va a ningún sitio.
La propuesta del lendakari es el enésimo intento del nacionalismo por cuadrar un círculo imposible y presentar como constitucional lo que viene a romper el corazón mismo de nuestra Constitución. La desigualdad de los españoles nunca podrá ser constitucional. Urkullu quiere negociar con Sánchez el futuro, no de los vascos, sino de los valencianos, los andaluces o los madrileños y convertirlos en ciudadanos de segunda por no haber nacido en una autonomía histórica. Estamos ante un nuevo envoltorio para la tradicional insolidaridad: las minorías buscando más privilegios ante la debilidad política del gobierno de turno.
En su afán por presentar como hojaldre las pesadas ruedas de molino que los socialistas van a tener que tragar para que Sánchez vuelva a ser presidente, el diario gubernamental celebraba la propuesta de Urkullu como la oportunidad de abrir un «dialogo realista y sincero sobre la realidad territorial 45 años después de la aprobación de la Constitución». ¡Como si no lleváramos casi dos décadas enfangados en el debate territorial! Desde el Plan Ibarretxe hasta hoy, pasando por el Estatuto inconstitucional de Cataluña que promovió Zapatero y finalmente por una intentona golpista que obligó a aplicar el artículo 155 de la Constitución.
No existe un país en el mundo donde el debate territorial tenga mayor protagonismo que aquí; en ninguna parte se mantiene abierta esa perpetua discusión sobre su propia existencia. Tampoco existe un país en el mundo capaz de prosperar en ese escenario de permanente incertidumbre y tensión porque puede avanzar sobre arenas movedizas.
El debate territorial nos conduce a una decadencia inevitable porque ha secuestrado todos los otros asuntos urgentes a los que deberíamos estar prestando atención. Asistimos a un suicidio demográfico con una tasa de natalidad patética y un envejecimiento galopante; nuestra economía ha dejado de converger con Europa hace tiempo y media docena de países nos han superado en renta per cápita; la factura de las pensiones se ha disparado un 33% en los últimos cinco años y tenemos un mercado de trabajo disfuncional con la mayor tasa de desempleo de Europa mientras las empresas se las ven y se las desean para cubrir sus vacantes.
Nos pasamos la vida mirándonos el ombligo en ver de mirar hacia el futuro y así nos va. No, no es el momento de abrir ningún debate territorial sino de cerrarlo definitivamente.
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