La «seño»
En el Gobierno hay una «seño». Tiene aspecto de «seño», habla como una «seño» y aun desempeñando la labor de portavoz del mismo, no es capaz de simular su origen de «seño». Se llama Isabel Rodríguez García
Tengo conciencia de mi capacidad para irritar. Hay lectores que no me perdonan mi espíritu elitista. Lo soy, y no me queda camino hacia delante para cambiar a estas alturas. En los años cincuenta del pasado siglo, las familias pudientes depositaban su confianza en la educación de sus hijos en preceptoras alemanas, inglesas o francesas. Muchas de ellas terminaron siendo elementos fundamentales de las familias. Por mi casa pasaron muchas, pero casi todas terminaron claudicando y hablando en español. Éramos 10 hermanos, y las «fraülein», «miss» o «mademoiselle» –la «madmua»–, se ocuparon, principalmente, de los seis hermanos pequeños, todos varones. La mejor y más querida, una alemana, María Hansen, que, además, era guapísima. En la mesa, estricta y dura. Pasó por casa una inglesa, miss Sturgeon que estaba como un chivo. Era también profesora de música, nos enseñó alguna canción inglesa y las cantábamos por la tarde mientras ella nos acompañaba tocando el ukelele. Las francesas, por las que mi madre sentía una desconfianza enfermiza, tenían que haber sobrepasado la cincuentena. Y contrató a mademoiselle Poindron, que tenía, aproximadamente, la misma edad que nuestra bisabuela. Yo era su preferido y me llamaba mon petit prince. Fraülein Hansen fue la mejor, y años más tarde la comparábamos con fraülein María, la de Sonrisas y Lágrimas, y llegamos a la conclusión que aventajaba en mucho a la que terminaría siendo la baronesa Von Trapp. Jamás intentó que cantáramos el «do, re, mi», ni nos disfrazó con retales de cortinas. Y menos aún, bailó una melodía tirolesa con nuestro padre.
Las familias «quiero y no puedo» contrataban a españolas, las «seño». Uno de los detalles que establecían la diferencia entre familia bien y familia regular, era el de la merienda. El chocolate de las primeras era el Milka de Souchard o el Nestlé, mientras que en las segundas las onzas pertenecían a tabletas de chocolate Valor o Elgorriaga. Muchos de aquellos niños con «seño» se hicieron de izquierdas al cabo de los años, dominados por el resentimiento chocolatero.
En el Gobierno hay una «seño». Tiene aspecto de «seño», habla como una «seño» y aun desempeñando la labor de portavoz del mismo, no es capaz de simular su origen de «seño». Se llama Isabel Rodríguez García, que está muy bien, es natural de la localidad manchega de Abenójar, y acaba de llamar «golpista» a Aznar por haber llamado a la movilización pacífica contra el golpe de Estado que el Gobierno al que pertenece la «seño» pretende culminar en los próximos días. Por otra parte, la «seño» está felizmente casada con don Iván Molinero Camacho, que era panadero jefe de una panadería, y ahora es directivo de una empresa del Ibex 35. Su empresa, energética, está en trance de recibir una ayuda del Gobierno al que pertenece su mujer, de 1.625 millones de euros, lo cual demuestra que las «seño» –y me congratulo como español– son mucho más inteligentes que las fraülein, las miss y las mademoiselle. Llama «golpista» a quien pretende respetar el espíritu y la letra de la Constitución que el Gobierno de Sánchez pretende derruir, consigue que su esposo panadero trabaje en una gran empresa energética, y no contenta con ello –puede ser casualidad, que de nada acuso por desconocer los intríngulis del caso–, la empresa energética en la que labora su esposo, está a punto de recibir una dulce inyección financiera de 1625 millones de euros, hecho que me hace feliz, por cuanto de no recibirlos dicha empresa aterrizarían en los bolsillos de los golpistas separatistas que tantísimo ama Sánchez.
Es decir, que me corrijo y desdigo. Fuera elitismos. Donde esté una auténtica «seño» que se quiten las demás.