Fundado en 1910
Un mundo felizJaume Vives

Una mujer cristiana

El matriarcado ha propagado la fe generación tras generación, y ahora, intentando ellas asemejarse en todo al varón, ponen en peligro esta transmisión milenaria

Actualizada 01:30

Hace unos días asistí al funeral de la madre de un amigo. Y la fe tiene esas cosas: que un momento tan triste para un hijo, se acabe convirtiendo en una hermosa celebración y en motivo de esperanza.

Conocí a la madre de mi amigo hace más de seis años, la traté solamente en un par de ocasiones, aunque hablamos alguna vez por teléfono. Nos unía el vínculo de la fe y una misma mirada sobre el mundo, y es ese un vínculo difícil de romper. Aunque escasa la relación, le tomé mucha estima y supe que las palabras del sacerdote fueron ni más ni menos las que tenía que decir: la verdad sola, sin la nata que suele añadirse en estas ocasiones.

No me parece apropiado ni oportuno hacer un panegírico del difunto en su funeral y, menos todavía, olvidarse de rezar por él, porque a veces olvidamos, primero, que la gente lo conoció y segundo, que no somos nosotros quienes debemos canonizarlo o dejarlo en la sala de espera.

Y aquel día el sacerdote no hizo un panegírico, ni se olvidó de pedir oraciones por el alma de la difunta ni dejó de hablar del Evangelio del día. Pero tampoco calló cómo era la madre de mi amigo, porque además de madre, era un ejemplo de mujer cristiana, y siempre va bien tener modelos. Sobre todo hoy cuando pretenden feminizar al hombre, masculinizar a la mujer y convertirnos a todos en una especie de andróginos en el hablar, el vestir y el actuar.

Pero ella era una mujer, y para más inri una mujer cristiana. Y esas mujeres se descubren a la legua. Cuando uno se cruza con una de ellas se cuadra, la admira y retiene lo máximo posible. Están más amenazadas que el lince ibérico y de ahí la importancia de honrar su memoria. En la machista época de mi bisabuela abundaban esas mujeres, pero en esos tiempos nuestros de feminismo rampante ya es mucho que no desaparezca la mujer por completo.

Y ahora trataré de ser lo más fiel posible a las palabras del sacerdote, no quisiera aderezar lo que no necesita aderezo, solo contar cómo era esa mujer cristiana, por la importancia de tener modelos.

Era de iglesia, pero no una beaturrona sin carácter. Cuando vivía de cerca una injusticia espantaba a las fieras con su determinación defendiendo la verdad.

Siempre cuidó a los sacerdotes, y buena prueba fue ver a seis de ellos despidiéndola en el funeral celebrado en Madrid. Y ese cuidarlos no era solo ponerles plato en la mesa y ayudarlos en la parroquia, también era hacerles una corrección fraterna cuando tocaba. No callaba cuando se trataba de las cosas del Señor, le podía su amor a Él y a ellos, aunque eso conllevara alguna situación incómoda. Los corazones los transforman las personas dispuestas a defender verdades incómodas, y no las que dicen mentiras bonitas.

Era una mujer inteligente y culta que siempre quiso ocupar un lugar discreto. Podría haber saltado de parroquia en parroquia dando charlas sobre distintos temas, pero le bastó con ayudar en la catequesis y mantener impolutos los ornamentos litúrgicos de la suya, que era otra de sus grandes preocupaciones: tratar al Señor con la dignidad que merece.

La intensidad, centralidad y fidelidad con que vivió su relación con el Señor fue el mejor testimonio para su familia que, por ósmosis, se fue impregnando de sus virtudes cristianas.

Cuando el sacerdote hablaba de ella me venía a la cabeza la «padrina», –así llamaban antaño a las abuelas en Cataluña–. Y me alegró ver que todavía quedan mujeres como mi bisabuela, y es importante que así sea. La fe se transmite con la leche materna y, si no hay mujeres fuertes y con vocación martirial como las que en 1936 alentaron a sus hijos a dar la vida en defensa de Dios y la Religión, la fe de una familia se apaga.

El matriarcado ha propagado la fe generación tras generación, y ahora, intentando ellas asemejarse en todo al varón, ponen en peligro esta transmisión milenaria.

Acompañemos, protejamos y hagamos que salgan a la luz las mujeres cristianas, y recemos por la madre de mi amigo, para que el Señor la tenga en su gloria y asista a las que permanecen todavía en este valle de lágrimas.

comentarios

Más de Jaume Vives

  • Frodo, el hombre deconstruido y los mártires de Barbastro

  • Generación malograda

  • Madre y maestra

  • Por un puñado de votos

  • Kaleborrika

  • tracking