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17 de mayo de 2024

Un mundo felizJaume Vives

Kaleborrika

Esta es la Iglesia que me representa. La que, lejos de huir de la persecución, la asume como algo inevitable, propio de la vida del cristiano

Actualizada 01:30

El día 7 de julio tuve el honor de participar en la procesión de San Fermín desde la calle Curia hasta la catedral de Pamplona.
El año pasado, unos tipos que ahora son doce mil euros más pobres e igual de tontos, se dedicaron a humillar y a agredir al deán y a las autoridades. La broma le salió cara a su bolsillo aunque barata para mi gusto.
Previendo que este año pudiera repetirse la escena, un grupo de jóvenes convocó a la juventud de Pamplona para hacer una especie de cordón, junto a la Policía Local, con el fin de amortiguar los posibles golpes y vejaciones al clero y a sus acompañantes. Y puesto que yo estaba en Pamplona, de cabeza que acudí a la convocatoria de los buenos tipos que la organizaban.
Las autoridades, sabedoras de que todo el mundo tiene un precio, también los que lucen muchos pendientes, tienen pinta de malotes y el corazón algo averiado, advirtieron que las multas este año serían de treinta mil euros, por si alguien tenía ganas de hacer el tonto.
No puedo más que dar las gracias a los borrikos que este año también se colocaron en la cuesta de la calle Curia gritando: pederastas y demás lindezas a los que procesionaban. Fue un momento muy emocionante, y me costó lo mío contener las lágrimas, no de miedo o de tristeza, sino de alegría y emoción.
La imagen desde dentro era la de muchos insultando mucho y muy fuerte, pero otros muchos aplaudiendo al paso de la comitiva. Los que aplaudían estaban codo con codo con los violentos, pero ya no les tenían ningún miedo. La comitiva a lo suyo, mirada al frente, sabiendo que ese es el papel de la Iglesia: aceptar la persecución igual que la aceptó el Maestro. Porque escrito está que persecución habrá hasta el fin de los tiempos.
Y esta es la Iglesia que me representa. La que, lejos de huir de la persecución, la asume como algo inevitable, propio de la vida del cristiano. Fue emocionante ver con qué fe lo vivían quienes procesionaban, mientras eran insultados, y los vecinos, quienes lejos de acobardarse, aplaudían alegres y sin miedo a sabiendas de que, quien a Dios tiene todo lo puede.
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