Sociedad triste, fotos alegres
Los primeros eran jóvenes. Las segundas, una suerte de adultos sometidos al mercadeo de la imagen
El otro día estaba con mi mujer en el coche, esperando a que cruzara un grupo de peatones, para poder arrancar. Era un grupo de chavales de unos trece años, que vivían como si los adultos de su alrededor no existieran.
A mí me hizo mucha gracia. A mi mujer, en un primer momento, le llamó mucho la atención. Los niños estaban cantando y haciendo una suerte de coreografía que tenía mucho de signos compartidos y muy poco de baile.
A eso me refería con lo de que vivían como si los adultos no existieran. Parecían tener esa inocencia de los niños que, despreocupados de su entorno, solo tienen ojos para sus amigos y para las tonterías que hacen juntos.
Me gustó mucho verlos, no iban con un altavoz, cantaban ellos, no vestían como exconvictos sino como jóvenes normales, se divertían con chorradas de niños y no molestaban a nadie.
A ambos nos llamó la atención, quizá porque sucedió exactamente delante de nuestro coche, nos pareció una sesión de cine al aire libre. Como si alguien nos hubiera querido regalar un rato de juventud sana, cuando casi todo son viejos prematuros o niños que han perdido la inocencia antes de pasar a la adolescencia. Seguramente también fue chocante por ser algo cada vez más anecdótico.
Todavía estábamos comentando la escena, con el coche ya en marcha, cuando vimos a un grupo de niñas de una edad parecida a la de los chavales, en una terraza, haciendo algo que llamaba mucho menos la atención pero muy propio de una sociedad decadente.
Estaban sentadas en una mesa, donde había un zumo y una pasta. Tenían el móvil apoyado en el servilletero, y la pantalla era el punto de fuga en el que las tres perdían su mirada mientras agitaban los brazos y hacían unos gestos sincronizados mientras se grababan. Todo eran risas, salvo cuando la grabación se detenía, entonces se ponían serias, como si fueran actrices interpretando un papel, y cuando una de ellas recolocaba el móvil y daba comienzo una nueva grabación, volvía a reinar la alegría.
Me recordó una frase que escuché hace poco: «sociedad triste, fotos alegres».
A diferencia del grupo de chavales, estaban reunidas en un mismo lugar pero actuando para alguien ajeno a ellas, podrían haber hecho lo mismo estando cada una en su casa. Tenían todo lo necesario para compartir un rato juntas: una mesa. Podrían haber cantado para ellas mismas, igual que el grupo de chavales, pero lo hicieron seguramente para unos desconocidos.
Ese baile atávico podría haber sido fruto de la alegría de la comunidad, como en el caso de los chavales, pero parecía más una coreografía hecha por encargo.
Los primeros eran una comunidad, las segundas tres individualidades.
Los primeros eran jóvenes, a lo que todos los niños están llamados a convertirse. Las segundas, un buen reflejo de una sociedad triste con fotos alegres. Lo primero era llamativo, lo segundo, por habitual, pasó completamente desapercibido a los de su alrededor.
Los primeros eran jóvenes. Las segundas, una suerte de adultos sometidos al mercadeo de la imagen.
Los primeros pertenecen a una sociedad alegre sin fotos. Las segundas, a una sociedad triste con fotos alegres.