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29 de abril de 2024

Un mundo felizJaume Vives

Juguetes rotos

La fama no enseña a querernos bien pues lo fiamos todo a los demás, a lo que ellos esperan de nosotros, cuando lo realmente maravilloso de la vida es saber que el valor de la misma no depende de los demás

Actualizada 01:30

Tener fama suele ser peor que no tenerla. Que miles de ojos le estén observando a uno es peor que tener sólo pendientes a unas pocas pupilas.
No es que la fama sea mala en sí misma, y bien puede ser que uno adquiera fama merecidamente, por una buena acción o por una buena palabra. Cada vez más difícil en un mundo que encumbra lo feo, lo ordinario y lo hortera y ningunea lo bello, lo sencillo y lo elegante.
Pero no es esa la cuestión. Aquí no se trata de las causas de la fama sino de la fama en sí y de lo destructiva que puede llegar a ser.
Aunque las redes sociales han cambiado un poco el escenario, la realidad es que muchas personas no llegarán jamás a adquirir cierta notoriedad, cosa que lejos de lamentar debieran celebrar. Es una bendición. Quien viva esa realidad sabrá siempre muy bien sobre qué vínculos se asienta su vida y sobre qué vínculos construye su día a día.
Serán vínculos más o menos fuertes (cada vez más débiles por desgracia), pero muy bien identificados: la familia, los colegas del cole y de la universidad, un puñado de buenos amigos y los compañeros de trabajo.
El famosete, en cambio, tiene multitud de gente y de proyectos que orbitan a su alrededor. Y corre el riesgo de construir su seguridad en torno a esos vínculos que son efímeros, que más pronto que tarde desaparecerán. Si es modelo, en cuanto envejezca, si es presentador, en cuanto aparezca uno mejor, si es tertuliano, en cuanto deje de hacer el show que de él se espera, si es cantante cuando decida la discográfica… y entonces empezarán todos los problemas.
Su vida se convertirá en una carrera desesperada por recuperar lo que ha perdido y seguramente no lo conseguirá. Con demasiada frecuencia se convierte en caricatura o personaje de sí mismo. Mendiga a toda costa un estatus parecido al anterior, muchos ojos que lo miren, un reconocimiento que ya no volverá a tener.
Tener familia, colegas, compañeros y amigos no es suficiente para él. Le sabe a poco. A tan poco que, si no lo ha perdido hasta entonces, es posible que lo acabe perdiendo.
Algunos hacen el ridículo de la manera más inesperada y desesperada, son juguetes rotos que no han sabido aprovechar la fama del momento y retirarse dignamente. ¡Cuánto daño se hacen a sí mismos los egos dañados!
La fama no enseña a querernos bien pues lo fiamos todo a los demás, a lo que ellos esperan de nosotros, cuando lo realmente maravilloso de la vida es saber que el valor de la misma no depende de los demás.
La vida es un regalo, y la fama, si se vive así, también puede serlo. Pero si lo vivimos todo como un derecho conquistado, si vivimos como si fuéramos merecedores de todos los dones que hemos recibido, la frustración, cuando los focos se apaguen, será inmensa. Y me entristece ver cómo algunos la sufren. Se convierten en caricaturas como el emperador que andaba desnudo.
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