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30 de abril de 2024

Un mundo felizJaume Vives

Generación malograda

Y ahí estamos nosotros, delante de unos abuelos frustrados, tristes y decepcionados que, mirando a nuestros hijos, no dejan de repetirnos que eso es lo que ellos hubieran querido

Actualizada 01:30

Mi mujer y yo llevamos tiempo buscando una finca grande, bonita y barata, donde Cristo perdió la alpargata, para comprarla y pasar en ella temporadas largas. Para que los hijos no crezcan en una colmena y sí en el campo, a poder ser en medio de la naturaleza, donde los tentáculos de la modernidad llegan con menos fuerza y donde uno puede vivir algo más tranquilo.
La zona escogida es Valls, perteneciente a la comarca del Alt Camp, provincia de Tarragona, donde la familia cuenta con algunas masías, en las que nos reunimos muchos de nosotros, especialmente en verano. De Valls procede nuestra familia: mi bisabuelo ya tenía masía, más tarde la tuvo mi abuelo y algún hermano suyo, después mis tíos y ahora, si Dios quiere, mi generación.
Tan vinculados estamos a esa tierra que, el himno de la mejor colla castellera del mundo, la Colla Vella dels Xiquets de Valls (la que en sus orígenes fue carlista y se batía en duelo con la liberal que era la Colla Jove dels Xiquets de Valls) lo compuso mi abuelo. Mi prima, considerada la mejor enxaneta de Cataluña, coronó los castillos más imponentes de la historia.
Tan es así, que en muchas de las masías que hemos estado visitando estos días, hemos podido contemplar colgado de sus paredes más de un cuadro en el que aparecía mi prima en la cúspide del castillo.
Algunos amigos de la Colla Vella dels Xiquets de Valls viajaron hasta Pamplona hace un par de años para asistir al funeral de mi tío abuelo y rezar por su eterno descanso.
Los tres años que duró nuestra guerra, mis abuelos y otros dos hermanos, los más pequeños de los doce que eran, vivieron en Valls, en casa de sus tíos paternos, huyendo del terror rojo que campaba a sus anchas en Barcelona.
Algunos de los propietarios de las masías que hemos visitado conocían a mis antepasados.
En definitiva, nuestro vínculo con estas tierras se remonta a unas cuantas generaciones. Pero no va de esto el artículo, esto sólo es la introducción de lo que quiero contar (y también para presumir un poco).
Una historia se repite y está detrás de todas las masías que hemos estado visitando, casi siempre hay un matrimonio de edad que levantó una bonita casa con la esperanza de poder disfrutarla junto a los hijos y los nietos.
Cincuenta años después se encuentran con que el único hijo que tuvieron ha considerado mejor idea no comprometerse con nadie para toda la vida y mucho menos traer hijos al mundo. Y ahí estamos nosotros, delante de unos abuelos frustrados, tristes y decepcionados que, mirando a nuestros hijos, no dejan de repetirnos que eso es lo que ellos hubieran querido.
Y aquí hay que hacerse algunas preguntas: ¿Educaron bien a sus hijos? Lo que tienen (o no tienen ahora) ¿no es fruto precisamente de la educación que les dieron? Se lamentan por sus hijos, pero ¿acaso no es culpa de los padres lo que ha ocurrido?
Y lanzo estas preguntas con la boca pequeña y sin atreverme a hacer demasiados juicios, porque nadie puede asegurarme que dentro de treinta años, esta masía que quiero comprar para disfrutarla con mis hijos y mis nietos no esté en venta porque mis hijos se han ido a vivir a un piso de solteros y prefieren no traer hijos al mundo. Y ahí estaré yo, viendo a unos chavales jóvenes, llenos de ilusión, queriendo comprar el sueño de mi vida.
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