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03 de mayo de 2024

Post-itJorge Sanz Casillas

98.316 abortos

En una generación que ha vivido una pandemia, que sabe cómo esquivar un covid o un resfriado, que haya 100.000 abortos anuales resulta inadmisible

Actualizada 12:17

La secretaria de Estado Ángeles Rodríguez 'Pam', que tiene una opinión para todo pero formación para casi nada, aseguraba hace unos días que la profesión médica tenía que transformarse para atender nuevas sensibilidades y cánones de belleza menos «normativos». ¿Su argumento? Que los médicos suelen diferenciar entre cuerpos correctos e incorrectos y que «casi siempre el cuerpo correcto es el de los hombres». Es decir, antes que de mala praxis, la 'Pam' los estaba acusando de machismo, como si no hubiera hombres con sobrepeso a los que un doctor les ha quitado el vino y los torreznos.
Viene esta reflexión a cuento del negacionismo científico que adorna a buena parte de la izquierda política y mediática. Hagamos una cronología bastante básica:
En enero de 2020 inició su andadura el Gobierno de coalición PSOE-Podemos. En marzo de ese mismo año comenzó la pandemia de coronavirus y, porque así lo «decía» la ciencia, se nos obligó a llevar mascarilla incluso en mitad de un paseo marítimo desangelado. En mayo de 2023, se aprobó la actual ley del aborto, responsable directa de que hayamos terminado este año con 98.316 casos registrados, un 9 % más que en 2022. Hablamos de casi 100.000 muertos al año. 269 vidas al día.
Este lamento no tiene nada que ver con la fe, sino con la ética, la ciencia y, si me apuran, el Derecho. Se defiende una ley de plazos en la que un 6 de octubre (como hoy) puede ser punible lo que ayer no lo era. Es decir, al fijarse unos plazos, se puede dar la circunstancia de que lo que hoy no es delito mañana sí lo sea, como si saltarse los semáforos estuviera permitido en los días pares de los años no bisiestos.
La ley del aborto de 2023 es un reflejo inevitable de nuestra sociedad, que en muchos casos carece de frenos morales y convicciones firmes. Todo tiene un pase, nada nos parece mal. Solo así se entiende que el aborto figure en la mente de muchos como un método anticonceptivo más.
En una generación que ha vivido una pandemia, que sabe cómo esquivar un covid o un resfriado, que haya 100.000 abortos anuales resulta inadmisible. Seguramente en un año haya más trayectos en coche que relaciones sexuales, no lo sé, y sin embargo se siguen buscando las cero muertes en carretera, lo cual es un hecho loable. ¿Por qué no se hace lo mismo con los abortos? Pues porque hay un ministerio, un Gobierno y una ideología entera que los fomenta.
El falso progreso, que se parapetó en la ciencia para imponernos la mascarilla hasta límites que se probaron innecesarios, niega ahora un hecho incontrovertible: y es que la vida comienza en el momento mismo de la concepción. Y, por tanto, hay que protegerla.

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