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21 de mayo de 2024

Agua de timónCarmen Martínez Castro

La metamorfosis de Illa

Se nos ha convertido en el Bruto que va a darle la puñalada definitiva a ese espíritu constitucionalista gracias a la amnistía

Actualizada 01:30

Cuando en 2017 Junqueras, Puigdemont y toda la corte de futuros amnistiados pisotearon los derechos de los catalanes en el parlamento autonómico y en las calles de toda Cataluña, Salvador Illa y Miguel Iceta, lloriqueaban por las esquinas pidiendo al gobierno de Rajoy protección ante aquel despliegue de abusos y arbitrariedades. Seis años después de aquellos hechos, el lloroso Illa se ha reconvertido en el implacable escudero de Sánchez para llevar adelante su propio proyecto de exclusión contra media España. Illa, la enésima gran esperanza blanca del constitucionalismo catalán, se nos ha convertido en el Bruto que va a darle la puñalada definitiva a ese espíritu constitucionalista gracias a la amnistía. Por lo visto en esto consistía el famoso efecto Illa maravilla.
Si el procés de 2017 supuso el intento del independentismo de privar de sus derechos políticos a la mitad de la sociedad catalana e imponerles por la fuerza una ruptura que no querían, lo que ahora estamos viviendo es un nuevo procés a escala nacional; es el intento de imponer a la mitad de España, mediante abusos y atropellos, la rendición de nuestro Estado de derecho al golpismo catalán solo por la ambición personal de un individuo. El pasado mes de julio Feijóo ganó las elecciones y Sánchez las perdió de una forma tan evidente que su única opción de mantenerse en el poder es mediante esta amnistía inadmisible en un estado democrático.
Que la amnistía es inaceptable no es cosa de cuatro jueces fachas o tres tertulianos de la caverna, es exactamente lo que decían los propios socialistas hace solo unas semanas. Lo decían con tal convicción y tan sólidos argumentos que ahora nadie puede creer que esto tenga algo que ver con la convivencia entre catalanes. Lo inaceptable se ha vuelto recomendable por una sola razón: que no gobierne la derecha. Estamos ante consecuencia más extrema en la deriva tóxica de la polarización: todo vale, hasta la amnistía, para que no gobierne el contrario, aunque este te haya ganado limpiamente las elecciones.
La amnistía es antidemocrática porque liquida la independencia del poder judicial, somete la justicia a las mayorías políticas de turno y convierte las leyes en papel mojado; también porque dinamita el principio de la igualdad de ciudadanos y consolidada a un grupo de políticos privilegiados que se colocan por encima del resto del personal. Pero la amnistía también es antidemocrática porque pretende cegar la posibilidad de la alternancia política en el gobierno de España.
El acuerdo negro sobre blanco del PSOE con ERC ya ha tocado el nervio de buena parte de los españoles. Mucho peor será lo que veremos en el pacto con Puigdemont. Las cesiones de Sánchez para su investidura convertirán la política española en un páramo de tierra quemada y someterán a las instituciones a una presión abrasiva, exactamente igual que hicieron Junqueras y Puigdemont en 2017. La diferencia es que los socialistas entonces fueron víctimas de aquella deriva antidemocrática y hoy son quienes la lideran.
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