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06 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

A las calles, por supuesto

No hay que dejar de manifestarse, por tierra, mar y aire, pero hay que hacerlo con la cabeza suficiente para no auxiliar a Sánchez.

Actualizada 01:30

Da igual que hubiera algún exaltado, que lo habría, en la concentración de Madrid frente a Ferraz. Como importa poco que algún otro nostálgico en Toledo llevara a la espalda la bandera con el águila de San Juan, la favorita de los devotos del régimen franquista, contra el que muchos nos hubiéramos rebelado igual que lo hacemos ahora con Sánchez, porque o se es demócrata o no se es, sin apellidos ni matices, y a pesar de los estragos que cobija, genera o consiente el «peor de los sistemas posibles, a excepción de todos los demás», que decía Churchill.
Ni siquiera es demasiado relevante la inconveniencia de manifestarse en Ferraz: si nos parecía mal convocar a las hordas en Génova, tras el 11-M; o nos espeluznaban los escraches a Villacís, Cifuentes o Soraya; no podemos dejarnos vencer por la justicia poética y avalar comportamientos remotamente similares cuando los sufren otros.
Pero nada de ello es importante, y quizá el preámbulo es demasiado largo y suene a justificación involuntaria, al lado de varias evidencias poderosas, de mayor rango y legitimidad: los españoles se han cansado y, ante la ausencia de cauces reglamentarios por la pavorosa invasión y paralización del Estado de Derecho que perpetra Sánchez para negociar lo innegociable en las sombras más abyectas, se han lanzado a protestar en las calles de sus ciudades.
Y en una de ellas, Madrid, ha faltado tiempo para que a la más mínima Sánchez y Marlaska lancen a la Policía a soltar palos, pelotas de goma y gases lacrimógenos, como si allí estuvieran esos mismos CDR a los que, al mismo tiempo, el Gobierno disfuncional en funciones estudia cómo amnistiar dentro del abyecto paquete de concesiones a todos los enemigos de España para renovarse en el poder.
Lo que se pretende no es disolver al energúmeno ocasional que se infiltra en toda concentración de más de diez personas, sino criminalizar el último reducto de resistencia de una sociedad civil maniatada por un poder autocrático que no admite la disidencia pacífica, la protesta cabal y la defensa de unos valores y unas leyes olvidado por un saqueador de democracias con ínfulas vitalicias.
Y para lograrlo, se intenta presentar la anécdota agresiva, si acaso la hay, en categoría absoluta, como si a todo el mundo le moviera una nostalgia franquista y el deseo de conculcar un legítimo resultado en las urnas.
Se criminaliza así al ciudadano para, a la vez, convertir la respuesta al desafío de Sánchez en una asonada ultraderechista que rompa el formidable consenso existente contra su rendición y aleje de la misma a los millones de españoles que, sin votar a la derecha, coinciden con ella en la peligrosa pendiente que el líder socialista ha decidido recorrer.
Frente a esto, solo cabe inteligencia: protestar cada vez más, pero cada vez mejor, sin otra bandera que la constitucional, sin otro objetivo que restituir el Estado de Derecho, amenazado por una banda de secuestradores con epicentro en Waterloo, Elgóibar o San Vicente del Horts que han logrado que su víctima se pague el rescate avalando todos sus delirios y exigencias.
A España le hace falta una revolución, pero no de sables sino de claveles: todo lo que no sea entender que esto no va de quitar a Sánchez para poner a Feijóo, sino de mantener la legalidad constitucional y la convivencia democrática, será de gran ayuda para que el sátrapa de extrarradio que nos gobierna aumente su impunidad y eleve el precio a pagar por su investidura.
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