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20 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¡Cómo va a sonreír el Rey!

Imposible que a un hombre consagrado a defender España y su Constitución le agrade un contrato de gobierno al dictado de un prófugo separatista

Actualizada 01:30

Felipe VI, de 55 años y Rey de España desde junio de 2014, tenía diez años cuando se aprobó la Constitución hoy vigente. Toda su vida ha consistido en prepararse para desempeñar adecuadamente la alta magistratura que ahora ostenta. Desde su más temprana adolescencia le inculcaron que tendría que consagrar su existencia a la defensa de dos principios esenciales: la unidad de España y su orden constitucional, que no es otro que el modelo de derechos y libertades que aprobamos de manera abrumadora en 1978.
El discurso más importante en lo que va del reinado de Felipe VI lo pronunció en la noche del 3 de octubre de 2017, en plena escalada del Gobierno separatista de Cataluña para proclamar de manera unilateral una república independiente. «Han quebrado los principios democráticos de todo estado de derecho», advirtió el Rey. «Han tratado de quebrar la unidad de España y la soberanía nacional», remarcó. Felipe VI concluyó aquella crucial alocución recordando su «firme compromiso con la Constitución y con la unidad y permanencia de España».
Aquel extraordinario discurso, muy reconfortante para millones de españoles que asistían a la escalada separatista con sensación de indefensión, sirvió para que PP y PSOE reaccionasen al fin y se frenase en seco el golpe sedicioso contra España y su legalidad. Prueba de la importancia de la intervención del Rey es que las autoridades separatistas catalanas le aplicaron desde entonces desplantes sistemáticos en sus visitas a Cataluña. Anticipando lo que vendría luego, aquel boicot al jefe del Estado jamás mereció el más mínimo reproche del presidente del Gobierno.
Con tales antecedentes, es imposible que al Rey le agraden las condiciones que ha aceptado Sánchez para acceder al poder tras perder las elecciones. Lo que ha pasado es bien fácil de resumir. Sánchez se ha sometido al fugitivo Puigdemont y ha firmado en el extranjero (Bruselas) un acuerdo con él. Traicionando el programa con que concurrió a las elecciones del 23-J, acepta en ese documento todas las condiciones del prófugo separatista: una amnistía que el propio Sánchez calificaba en julio de anticonstitucional, una negociación bilateral con Cataluña con mediador internacional, una cupo a la vasca para Cataluña y una acusación de «guerra judicial» a los jueces que han aplicado la ley. Además, se reconocerá la nación vasca (y no se ha hecho público todavía el pago secreto al partido de ETA, Bildu, que tiene que ser enorme, pues su mansedumbre con el PSOE es absoluta y sorprendente).
¿Le puede agradar todo eso al Rey, el hombre que ha consagrado su vida a defender la unidad de España y su democracia? ¿Le puede gustar todo eso a un monarca constitucional? ¿Le puede satisfacer que Sánchez, por la vía de los hechos, haya desautorizado por completo el discurso más importante de su reinado?
El Rey, como monarca constitucional que es y ateniéndose a su deber de neutralidad política, no tiene ahora mismo margen para actuar ante el desafuero antiespañol que ha aceptado Sánchez. Incluso es dudoso que pueda hacerlo en el futuro, pues la treta de Sánchez de dominar el TC con magistrados que sitúan al PSOE por encima de la ley hará que Conde-Pumpido haga pasar por constitucional lo que no lo es. Pero a Felipe VI todavía le queda un resorte casi intangible: los gestos, algo muy relevante en un monarca. Su rostro inusitadamente serio en el acto de toma de posesión de Sánchez era más elocuente que cualquier discurso. Lo decía todo.
¡Cómo va a sonreír el Rey ante quien ha aceptado lo que ha aceptado!
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