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20 de mayo de 2024

LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Dictadura hortera

Sánchez no solo no se parece en nada a Kennedy, sino que representa exactamente lo contrario. Representa un tipo de mandatario peculiar: el que se ha ido acercando, temerario, al caudillo iberoamericano

Actualizada 01:30

Viose presidente y no alcanzó a apreciar más que el poder en bruto y sus privilegios, exprimidos de inmediato con voracidad y resentimiento. De modo que se desplazó en helicóptero a la boda de un cuñado movilizando a cincuenta efectivos. La jactanciosa horterada, tan fuera de lugar, intentó encubrirla Moncloa con una excusa inverosímil: el viaje era «de interés general». Pronto quedó patente su adicción al Falcon y su concepto del cargo presidencial: un publirreportaje sin fin. De ahí los posados con gafas de sol mientras simulaba estudiar documentos con Albares en el avión. Tenía en mente a JFK, claro está. Al ignorar las bases de la filosofía occidental, nuestro autócrata no se conoce a sí mismo, carencia que le ha permitido seguir engañándose sobre sus capacidades, sobre su talento, sobre la naturaleza de su poder. Él se sentía Kennedy, y ya está.
Consignaré deprisa algunas diferencias: el inolvidable mandatario demócrata, católico y mujeriego no posaba, simplemente tenía un fotógrafo extraordinario, Jacques Lowe. Tampoco cedió nunca ante los gobernadores supremacistas que se saltaban la ley; por el contrario, envió tropas federales para que el alumno negro James Howard Meredith pudiera asistir a sus clases en la Universidad de Mississipi. Kennedy no premiaba a los supremacistas que se saltaban las leyes, y lo dejó claro: «Los estadounidenses son libres de no estar de acuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Porque en un gobierno de leyes y no de personas, nadie, por prominente o poderoso que sea, y ninguna multitud, por revoltosa o bulliciosa que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia». Quiero decir que Sánchez no solo no se parece en nada a Kennedy, sino que representa exactamente lo contrario. Representa un tipo de mandatario peculiar: el que se ha ido acercando, temerario, al caudillo iberoamericano. Concretamente al caudillo de índole comunista o posmarxista, los del Foro de São Paulo y los del Grupo de Puebla, zahúrda narcoizquierdista donde habitan Cristina Fernández –la mayor ladrona de la historia–, Evo Morales y Zapatero.
De ahí que este último, después de dedicarse intensamente al cabildeo en favor de la Venezuela de Maduro, haya reaparecido recientemente como emblema del PSOE. Menudo emblema. Convertido en golpista y en rehén de los enemigos declarados de la Constitución y de la unidad de España, desde la última investidura de Sánchez han regresado a nuestro país negros fantasmas del pasado. Se llaman censura y represión violenta. Cobran cuerpo en forma de acciones policiales desproporcionadas y arbitrarias que conculcan el derecho de manifestación. Con una fiscalía partisana, va maniatando al Poder Judicial (está por ver que ahí se salga con la suya), incluyendo señalamientos personales y amenazas de juicios en el Parlamento por cumplir sus obligaciones. En el plano internacional ya conocen a Sánchez desde que se ha alineado con Hamás y contra Israel por puras motivaciones internas. Lo normal sería que su deriva autoritaria la detuvieran los jueces, la movilización de la sociedad civil, los medios honrados y la oposición. Veremos.
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