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02 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Si no existiese Vox le arrearían con lo mismo al PP

Lo que busca el PSOE ya desde Rubalcaba es levantar un muro para cercar a la derecha, a la que le van negando su derecho a existir

Actualizada 09:06

Últimamente he escuchado varias veces, de boca de personas moderadas que están muy molestas con la deriva PSOE, la siguiente coletilla: «Sánchez es un horror, pero Vox tampoco ayuda». Mi sensación es que quienes sostienen tal punto de vista están un tanto abducidos por las pegajosas campañas de propaganda y señalamiento de la izquierda, maestra en ambos géneros. La máquina de agitprop del PSOE ha logrado que en el mismo día en que se aprobaba una inconstitucional, lesiva y peligrosa Ley de Amnistía, parte de la opinión pública estuviese distraída con los cánticos victimistas programados por Moncloa a cuenta de una frase coloquial un tanto macarra de Abascal (que si la hubiese dicho alguien del PSOE, tipo Óscar Puente, no habría merecido mayor comentario).
No se confundan: si no existiese Vox, el PP sería señalado en idénticos términos y con las mismas acusaciones de «ultra», porque lo que busca el PSOE es un chivo expiatorio que le ayude a levantar muros guerracivilistas para relegar al ostracismo a todo aquel que no piense como ellos.
Vox nació como una escisión del PP, impulsada por miembros de esa formación decepcionados con la pachorra del marianismo frente a la evidente crecida separatista y su inhibición ante las leyes de ingeniería social de Zapatero. A partir de ahí, Vox se convirtió en el único partido que se atrevió a rechazar frontalmente la visión ideológica de lo que se ha dado en llamar «progresismo», que está tan extendida que impregna a muchos medios, pensadores, partidos y particulares que creen que no están en esa órbita, cuando sin siquiera saberlo ya chapotean en ella (un ejemplo paradigmático son las secciones de Cultura de la mayoría de los periódicos de supuesta derecha, que en realidad bailan al dictado de lo que podríamos denominar la «subcultura Prisa»).
A la hora de promocionarse, Vox ha optado por una línea peleona, que unos considerarán valiente, adecuada y necesaria; y otros populista, de brocha gorda y con eslóganes simplistas para realidades complejas. En cuanto al importantísimo frente económico, ahí se les ve con poca enjundia -y más tras la marcha de Espinosa-, pero en su descargo cabe recordar que estamos hablando de un país donde hoy la economía la llevan auténticas aficionadas, como Yolanda Díaz y Marisu Montero. Por no hablar ya de la muy mitificada Nadia Calviño, altivo bluf en cuya etapa nos hemos alejado de la convergencia en poder adquisitivo con la UE, hemos sido los últimos en recuperar el PIB prepandemia, somos líderes europeos de paro y desempleo juvenil y se ha aumentado el ingobernable pufo de las arcas públicas en la aterradora cifra de 400.000 millones.
Es decir, que Vox puede gustar o no, y me temo que dividir el voto de la derecha al final solo sirve para que mande la izquierda, pero no es un partido ultra (o «fascista»), como sostienen con aspavientos teatrales el PSOE y sus aliados comunistas y/o antiespañoles. Simplemente la izquierda no soporta que alguien le lleve abiertamente la contraria, y además de la manera más contundente. Así que replica con una salva de epítetos intolerantes.
Esta semana hemos asistido a un espectáculo insólito en el Parlamento de Estrasburgo. Sánchez, presidente de turno de la UE, acudió allí para hacer balance de su labor. Pero acabó dedicando su discurso a levantar, también en la Eurocámara, el muro contra la derecha que ya había erguido en el Congreso. Lo cual supone no entender la democracia y comportarse como un autócrata.
En su salva de invectivas, Sánchez llegó a comparar a Vox con los nazis alemanes. Un disparate. Por eso los de la frase «Vox tampoco ayuda» se equivocan. El partido de Abascal está en su perfecto derecho a criticar a la izquierda y su plan de imperio perpetuo. El problema no es Vox. El problema es el PSOE, que ha llegado a la conclusión de que en España -o en lo que quede de ella- debe gobernar siempre la izquierda, aunque el precio sea encamarse con los peores enemigos de la nación, aflojar dramáticamente sus hilvanes y perseguir a los jueces.
Si no existiese Vox, Sánchez habría llamado nazi al PP con idéntica soltura. La táctica no es nueva. Cuando Aznar se enfrentó a Felipe González, al PSOE le faltó tiempo para que la Producciones Rubalcaba lanzase un vídeo brutal comparando al PP con un dóberman rabioso. Cuando llegó Zapatero, elevaron el envite y promovieron lo que llamaron un «cordón sanitario» para excluir al PP de toda opción de gobierno en todas partes. Y con Sánchez hemos llegado al «muro», tras el que debe aislarse a todos los que no sean de izquierdas y/o separatistas. Para justificar esa barbaridad, que de llevarse a sus extremos acabaría con la democracia, su justificación es presentar a Vox como una especie de Mordor que quiere arrasar los felices pagos del «progresismo» perpetuo.
El gran público no debería confundirse. El problema de España no es Vox. El problema es que quien okupa el puente de mando está dispuesto a todo para preservar su sillón y además empieza a mostrar rasgos que no tal vez no harían ocioso un pequeño debate sobre su momento psíquico.
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