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30 de abril de 2024

Un mundo felizJaume Vives

La Iglesia y los pobres

Desplazando a Dios del centro y poniendo al pobre en su lugar hemos acabado todos, como era de esperar: lejos de Dios y pobres como ratas

Actualizada 01:30

¡Qué pesados son algunos con la pobreza y los pobres!
Han convertido a los más necesitados en una religión, y por muy atractiva y sugerente que parezca, como toda religión falsa es profundamente desesperante, causa gran tristeza y amargura y deja un vacío enorme en el corazón.
Cuando no se coloca a Dios en el centro se le coloca en la periferia –eso, en caso de que se haga–, y el resultado puede ser la deformación de algo bueno (que es la peor deformación) pues se toma como medida de todas las cosas algo a lo que no le corresponde la centralidad, y puede acabar mal, muy mal o peor, en ningún caso bien.
Y como decía, una de esas deformaciones en la Iglesia tiene que ver con la ayuda a los más necesitados y todo lo relacionado con la pobreza. Se ha colocado a quien vive en la miseria en el centro, y nos hemos olvidado de que la mayor pobreza es la espiritual.
La mirada está tan puesta en el pan que hemos olvidado que no solo de pan vive el hombre. Y así, hemos construido una religión que alimenta el cuerpo mientras que el alma cada vez está más raquítica.
Es esta una religión que nos ve solo como un cuerpo, y por eso los padres que la practican se preocupan mucho por las buenas notas, por el éxito laboral, por la salud de sus hijos… pero muy poco por las empresas vitales que acometen, a veces dañinas para su alma, por más que el cuerpo se mantenga vigoroso y los logros profesionales y laborales sean el no va más.
Las cosas del cuerpo ocupan un lugar preferente en la vida familiar y en las conversaciones: viajes, actualidad, deportes, restaurantes… mientras que las cosas del alma quedan encerradas en el fuero interno de cada cual. No ocupan apenas espacio en las conversaciones, en los planes, en la configuración del día a día…
Y así, mientras tenemos una Iglesia cada vez menos pobre en lo material (y no hablo del sonsonete sobre las riquezas del Vaticano –típica chorrada con el propósito de atacar a la Iglesia–, hablo de todos y cada uno de los bautizados, que somos quienes formamos la Iglesia) la pobreza espiritual convierte a un ritmo estremecedor lo que antes era un vergel en un páramo. Varias zonas de nuestra querida España son un buen ejemplo de ello.
Desplazando a Dios del centro y poniendo al pobre en su lugar hemos acabado todos, como era de esperar: lejos de Dios y pobres como ratas. Aunque comamos bien, vivamos mejor y no nos falte nada.
La nueva religión ha tenido tanto éxito que muchos llegan incluso a justificar la existencia de la Iglesia por todo el bien que hace con los más necesitados, como si erradicar la pobreza material fuera su misión. Como si la Iglesia fuera buena por eso, y no por ser la esposa de Cristo. Como si Jesús fuera bueno por hacer milagros y enseñar cosas buenas y no por ser el mismo Dios.
Porque eso significaría que, allí donde por ser fieles a Cristo y a su Iglesia aumenta la pobreza material, la Iglesia tendría que desaparecer. Y me vienen a la cabeza innumerables ejemplos de países donde los cristianos (que son perseguidos) vivirían materialmente mucho mejor y progresarían más si se alejaran de la Iglesia y de sus enseñanzas. Algunos incluso salvarían la vida.
Sin embargo hace pocos días en Barcelona hemos convertido una iglesia en un gran comedor con el fin de ayudar a los pobres, cuidando hasta el último detalle, cosa que no se hace muchas veces al preparar el banquete eucarístico que ese sí rinde el culto debido a Dios y no otro.
La Iglesia y los pobres, una relación tóxica cuando olvidamos que Dios debe ocupar la centralidad y que la pobreza más dañina, peligrosa y extendida es la espiritual. Y digo tóxica porque quienes se adhieren a esa religión se alejan poco a poco de la Iglesia y sacian de pan a quienes ayudan aunque el mandato evangélico diga que con esto no es suficiente.
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