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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Monserga progresista hasta en las uvas

No descansan jamás, hasta en las campanadas de fin de año tuvieron que meter en TVE «el empoderamiento», «la igualdad» y «la emergencia climática»

Actualizada 10:53

Por recomendación de mi legendario cuñado Josecho pasamos del duopolio televisivo y optamos por seguir las campanadas a lo clásico, en TVE. Pero el canal público es ahora un altavoz más de promoción de la ideología del Gobierno, que nos obligan a costear con nuestros impuestos querámoslo o no. La inmisericorde monserga doctrinaria del régimen se coló hasta en las uvas.
Como maestro de ceremonias, embutido en una chaqueta de esmoquin rosa, el gran clásico, el bilbaíno Ramonchu García, de 62 tacos y con veinte campanadas televisivas en su palmarés. Ramonchu, que ha recibido el año en Sol con gobiernos de izquierdas y de derechas, entiende perfectamente de qué va el asunto. Se trata de animar la velada con un tono amable, graciosete y cercano. Y listo, tampoco es que aquello sea interpretar a Hamlet.
Pero para los directivos de TVE, cuya primera misión es fomentar el sanchismo, el veterano Ramonchu carecía del pertinente toque «progresista» (además, ¡horror!, es un tío; y encima, heterosexual). Así que le asignaron como compañeras a una cantante veinteañera, Ana Mena, cuya misión era competir pasando frío con el pedrochismo; y a la veterana futbolista madrileña Jenni Hermoso, de 33 años, considerada la tercera mujer más influyente del planeta por el Financial Times (tal vez en un subidón de LSD de su redacción).
Jennifer Hermoso, que juega de delantera, se dedica al fútbol profesional femenino desde 2006. La verdad políticamente incorrecta es que se trata de una variante minoritaria, que no interesa al gran público, como acreditan tozudamente las gradas semivacías de la liga española, a pesar de unas entradas de saldo.
Tras montar un espectáculo lamentable contra su seleccionador –con pataletas, intrigas y boicots soberbios y un tanto tontolabas–, las jugadoras de España lograron al final la meritoria proeza de ganar el Mundial. Pero la izquierda dominante logró convertir un gran éxito en un escándalo. Al seleccionador que metió en vereda a un vestuario insoportable y conquistó el título le cortaron la cabeza de inmediato. El éxito deportivo se quedó en algo casi secundario ante lo que la calle denomina «el piquito de Rubiales».
El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, de familia socialista y protegido de Sánchez, y la capitana Jenni mantenían una relación cordial, de camaradería y complicidad. Cuando España gana el título, Rubiales se comporta acorde a su estilo habitual, el de un hortera de bolera. Celebra la victoria tocándose su entrepierna con gesto de orgullo a la vera de la Reina Letizia (motivo suficiente para que hubiese dimitido esa noche). Y alborotado por la euforia, le da un beso improcedente y chabacano en los labios a su amiga la futbolista Hermoso, que lo acepta de lo más contenta y risueña, ciñendo incluso al presidente federativo por sus costados y alzándolo un poquito. Y ahí se quedaría la cosa. De no vivir en el mundo políticamente histérico en el que vivimos.
Jenni, que hoy imparte lecciones de «empoderamiento» e «igualdad» metida con calzador en las uvas, no se entera en su momento de que ha sido víctima de una tremebunda agresión que ha acabado en los juzgados (será interesante que alguien explique cómo se comete un abuso sexual ante un estadio repleto y con las cámaras de medio planeta grabando). En la noche de autos, Jenni incluso hace risas con sus compañeras sobre el beso con Rubi. Después guarda silencio durante tres días. Ni una palabra de reproche. Pero la implacable maquinaria del «progresismo» se pone a trabajar. Lo que ha sucedido es un escándalo. Un abuso sexual machista y espantoso. Un fantasmagórico sindicato de mujeres futbolistas comienza a emitir notas de condena en nombre de Jenni. El sanchismo ve una buena cortina de humo para ocultar sus disparates varios y toca el clarín. Los telediarios de TVE llegan a abrir con bloques de 20 minutos dedicados al «caso Rubiales» (más de lo que dedicaron el primer día al ataque de Hamás en Israel).
Jenni adopta su nuevo rol, el de heroína de la libertad de las mujeres. Y en este país un tanto absurdo que estamos construyendo acaba el año dando las uvas disfrazada de burbuja Freixenet y con un escote tan largo de piel como corto de feminismo. A su lado, la cantante Mena clama contra la «emergencia climática». Mientras, el bueno de Ramonchu, con su esmoquin rosa y su pajarita, hace lo que puede para intentar dar las campanadas sin dar la paliza «progresista».
La izquierda gobernante ya no da tregua ni cuando estamos indefensos con las uvas en una mano y la copichuela de espumoso en la otra. Mientras tanto, la camarada Nadia Calviño, tras darse a la fuga de la nave de los locos de Mi Persona, se lo pasaba bomba en el palco del muy exclusivo Concierto de Año Nuevo de Viena. A nosotros nos recetaba socialismo. Pero parece que ella prefiere el caviar.
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