Fundado en 1910

27 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El susto

Este tipo de incidentes en el aire produce en quienes lo padecen una súbita reacción adversa a volar por capricho y para asuntitos particulares que nada tienen que ver con los intereses del Estado

Actualizada 01:30

Por un desagradable incidente mecánico que no le deseo a nadie, el Falcon que llevaba a Pedro Sánchez, Begoña Gómez y al resto de su familia hacia el prodigio natural de La Marismilla de Doñana, se vio obligado a retornar, entre sustos y lógicos alborotos intestinales, al aeropuerto de origen, Torrejón de Ardoz. La despresurización de la cabina es un atentado contra la tranquilidad de un vuelo, y entra en el cálculo de las posibilidades. Si un terrestre vuela en pocas ocasiones, las probabilidades de experimentar tan angustioso incidente son mínimas. Si lo hace cada dos por tres y vive entre las nubes, como el caso de Sánchez y Begoña Gómez, las posibilidades aumentan. Nada me divierte que hayan experimentado la angustiosa situación, resuelta gracias a nuestros formidables pilotos militares del Ejército del Aire. Ya en Torrejón, cambiaron de avión, despegaron y aquella noche durmieron en La Marismilla, después de aterrizar en Sevilla o en Jerez, porque en La Marismilla de Doñana no hay aeropuerto, y los Falcon no son hidroaviones capacitados para amerizar en la boca del Guadalquivir, entre el Coto y Sanlúcar de Barrameda.
El gran director y actor de cine Orson Welles y el compositor y cantante húngaro Al Boliska pasaron media vida a bordo de los aviones. Coincidieron, Boliska escribió que el viaje en avión consiste en horas de aburrimiento interrumpidas tan sólo, por momentos de completo terror. Y Orson Welles sentenció que hay sólo dos terrores en un avión. El aburrimiento y el terror en su más alto grado. El que fuera director de La Codorniz y también escritor Álvaro De Laiglesia, decía que viajar en avión es una tontería, porque puedes sobrevolar Astorga, pero no te dejan bajar para comprar mantecadas. Martha Zimmerman era una mujer voluminosa, más o menos como Laura Borrás, la condenada por subvencionar con dinero público a sus amigos. Y así como a Laura Borrás, el Parlamento de Cataluña le pagaba los viajes en avión en primera clase o preferente, la enorme señora Zimmerman lo hacía en clase turista para ahorrar. Y no es desdeñable su razonamiento: «Si Dios hubiera querido que viajásemos en clase turista, nos hubiera hecho más estrechos». Y la actriz inglesa Hermione Gingold –bastante fea, por cierto–, advirtió al resto de la humanidad de los inconvenientes de la comida en los aviones. «Si lo que te sirven es marrón, acostumbra a ser carne. Si es blanco, lo normal es que sea pescado. Y si tiene otros colores, no se les ocurra probarlos».
En el Falcon es diferente. Jamoncito de bellota, langostinos frescos, ostras de Arcade, caviar iraní y demás delicias. Y no es necesario ser más estrecho, porque los asientos superan en comodidad a los de la primera clase de los míticos Boeing 747, los míticos Jumbo. Por ahí no hay problema. Pero este tipo de incidentes en el aire produce en quienes lo padecen una súbita reacción adversa a volar por capricho y para asuntitos particulares que nada tienen que ver con los intereses del Estado. Vivir en La Marismilla es muy tentador, pero no un asunto de Estado. Por otra parte, el AVE a Sevilla, en su vagón privado, apenas invierte dos horas y treinta minutos en alcanzar el destino. Maravilloso paisaje de Puertollano a Córdoba, con sus dehesas hasta los horizontes. Y de Santa Justa a Doñana, con treinta coches de escolta por si a un gamo o un lince les da por insultar al presidente del Gobierno, o a su señora, el trayecto se cubre en menos de una hora. Y de rechazar el tren, los Sánchez pueden alejarse de sus Koldos y Cascajosas en seis horas, deteniéndose para comer en La Perdiz de La Carolina, en la Aguzadera de Valdepeñas o en Casa Pepe, en Venta de Cárdenas, donde pueden adquirir a módico precio toda suerte de productos iluminados por la Bandera de España. Y por la noche, a dormir en Doñana, que después de una semana de lluvia en la Baja Andalucía, es un primor de manto verde y flores en estos días de nueva primavera.
Pero la afición a los Falcon puede menguar. De ahí que se disponga a encargar unos aviones más modernos, más caros y más seguros que le pagaremos felices y encantados todas sus víctimas.
¡Qué susto, Pitpit!
¡Los tengo todavía de corbata, Begbeg!
Comentarios

Más de Alfonso Ussía

  • Aquellas Semanas Santas

  • Invencibles

  • Hacia la quiebra

  • El ruiseñor de otro nido

  • ING

  • tracking