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03 de mayo de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Pacifismo y democracia

Si la dudosa tesis de este artículo fuera cierta, las guerras acabarán cuando solo existan democracias en el mundo

Actualizada 01:30

Aunque hay más, dos guerras reclaman hoy nuestra atención inducida. La guerra entre Rusia y Ucrania y la guerra entre Israel y Hamás (o quien quiera que sea que esté detrás de la organización terrorista). Quisiera defender una tesis sustentada en hechos, no una opinión ni una valoración. Salvo error por mi parte, en toda guerra una de las partes o las dos no son democracias. Estoy dispuesto a ser corregido con algún contraejemplo, pero vendría a ser la confirmación de la regla. En los dos casos mencionados se cumple la tesis. Rusia no es una democracia. Ucrania, sí. Ni Hamás ni Palestina ni quienes los apoyan son democracias. Israel, sí. Parece que no existen guerras entre dos democracias. Conflictos bélicos más o menos recientes parecen confirmarlo. Es obvio el caso de la segunda guerra mundial. También el de la primera. Podríamos seguir con Vietnam, Corea, la guerra civil española (por cierto, ninguno de los dos contendientes era una democracia ni luchaba por la democracia), las Malvinas, la guerra entre Estados Unidos y México… Cabría aducir la guerra civil en Estados Unidos. Es muy dudoso. El racismo esclavista es incompatible con la democracia. Incluso viajando a la Grecia clásica podemos comprobar que las guerras del Peloponeso enfrentaron a una Liga democrática encabezada por Atenas contra otra aristocrática liderada por Esparta. Por cierto, ganó Esparta.
A la espera de ser reprendido por algún atento lector, parece que no existen guerras entre dos democracias. Esto no significa que la democracia sea un bien absoluto. No lo es. Es más deseable por los males que evita que por los bienes que proporciona. Tocqueville pensaba que la democracia era más justa que la aristocracia, pero ahí terminaban sus ventajas. Tampoco quiere esto decir que las democracias tengan siempre razón cuando se enfrentan a dictaduras o tiranías. Ni que todo lo hacen en las guerras sea justo. Es muy dudoso que el Reino Unido democrático tuviera razón en su breve guerra con la Argentina no democrática. Y que la guerra de los democráticos Estados Unidos contra el antidemocrático México fuera justa. Thoreau emprendió un proceso de desobediencia civil contra ella y se negó a pagar impuestos. Ni que los bombardeos sobre Dresde o sobre Hiroshima o Nagasaki constituyan medios bélicos ejemplares. La tesis solo sostiene que no hay guerras entre dos democracias.
Es muy natural, después de depurar los hechos de la propaganda, indignarse ante las acciones bélicas de Israel contra la población civil, pero un pacifista auténtico lo primero que ha de deplorar es la agresión terrorista que dio origen al conflicto. Si no lo hace, exhibe su mala fe o, lo que es lo mismo, su ideología. Todo pacifismo antidemocrático es un extravío intelectual y moral. Hay, ciertamente, un pacifismo necio. Si la tesis de este artículo no es descabellada, el pacifista sensato sería aquél que clamara por la democracia en Rusia y no justificara la tiranía, o el que condenara el terrorismo y exigiera la democracia en las tiranías árabes, incluida Palestina. Claro que para esto es necesario desterrar primero el odio a Occidente (y al cristianismo), especialmente en Occidente, y a la democracia liberal y la economía de mercado. Es necesario, en suma, amar la libertad. En definitiva, sería menester desenmascarar la falacia del pacifismo comunista. Es complicado ser pacifista y seguir fielmente la enseñanza de quien profirió la tesis de que la violencia ha sido la que ha generado todo benéfico cambio social. Como ellos ya no lo leen, diré que se trata de Marx. A la paz mediante la violencia. Pacifismo revolucionario. Los dos mayores generadores de guerra y destrucción en el pasado siglo han sido el comunismo y el nazismo. Si bien es cierto que este último duró mucho menos.
Si la dudosa tesis de este artículo fuera cierta, las guerras acabarán cuando solo existan democracias en el mundo. Por nuestra parte, me refiero a la española, después de admirar al mundo transitando pacíficamente de una dictadura a una democracia, ahora estamos empeñados en recorrer el camino inverso. Será para contribuir a la causa de la paz.
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