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03 de mayo de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La otra indigencia

Actualizada 01:30

La izquierda clásica siempre ha pretendido defender los intereses de los indigentes, de los menos favorecidos. Y se trata, sin duda, de una excelente causa. También sabemos, o podemos saber, que todo grupo político pretende justificar su ambición de poder mediante la exhibición de una especie de justificación ideológica o moral de su acción. Es lo que Gaetano Mosca llamó «fórmula política». Esta benéfica inclinación a la defensa de los pobres no siempre ha tenido éxito. En ocasiones, parecía que amaba tanto a los pobres que se obstinaba en incrementar su número. Pero nunca se empeñó en una labor destructora de la educación y de la dignidad moral de las personas. Al menos, en la teoría. En los Manuscritos de París, Marx deplora las condiciones de vida de los trabajadores, pero insiste casi más en la miseria intelectual y moral que en la propiamente económica. La izquierda clásica siempre defendió la educación universal (si bien normalmente dirigida y controlada por ella), la lucha contra la brutalidad y la ignorancia, el alcoholismo, la violencia contra mujeres y niños, y se consideraba heredera de los ideales de la Ilustración.
La izquierda actual, al menos la que domina y hace más ruido, es otra cosa muy diferente. Se trata de la consecuencia de un proceso de degradación y degeneración de aquella. El fracaso de sus terapias para acabar con la miseria económica y su contribución a la destrucción de la libertad le ha conducido a un cambio radical en sus reivindicaciones. Antes quería cambiar el mundo económico. Ahora pretende hacer lo mismo con el mundo intelectual y moral, apoderarse de él. A la lucha económica le sucede la guerra de las ideas. Siempre la demagogia y el rebajamiento del nivel intelectual y moral de la sociedad ha sido uno de los más grandes peligros de la democracia. Hoy lo es de manera superlativa. Como las ideas que pretende propagar y en las que aspira a fundamentar su hegemonía son, en general, erróneas y muchas veces descabelladas, se hace necesario extirpar de las conciencias todo ejercicio del pensamiento libre. No vaya a ser que los ciudadanos aprendan y descubran sus falacias. Es necesario suprimir las ideas, salvo algunas, y matar el pensamiento libre. ¡Muera la inteligencia!
También es necesario un acomodo entre la mentalidad de los dirigentes políticos y la de sus secuaces. Cosa muy sencilla porque, en última instancia, son las mismas. Y así vemos cómo la ignorancia, la vulgaridad y la necedad se adueñan del ámbito público y, concretamente, del Parlamento. Si la democracia consiste en el gobierno del hombre común, tenemos una democracia perfecta basada en la visión más degradada de ese hombre común. Y así, cualquiera puede ser, por ejemplo, diputado, ministro o presidente del Gobierno. Y, de hecho, es lo que sucede. Y solo nos queda soportar a lo más bajo y ruin del pueblo ejerciendo las más altas magistraturas del Estado. El encumbramiento de lo más bajo es la forma actual de gobierno en España. Lo demás es solo consecuencia.
Vengan a cuento o no, estas consideraciones han sido suscitadas por la zafiedad insondable de la política española y de sus debates parlamentarios. Resulta muy costoso llamar a eso «hablar» en el sentido propio de la palabra. No me importa el tono duro de las polémicas partidistas. Eso es normal en las democracias. Lo que resulta insoportable, al menos para mí, no es la virulencia verbal, sino dos cosas: el absoluto rebajamiento del nivel hasta alcanzar extremos de indigencia intelectual y moral, y la demolición de la concordia básica. Si han de pelearse los gallos que al menos se trate de gallos de raza que comparten el mismo gallinero.
El nivel general ha descendido hasta aproximarse al fondo. Hay excepciones, muy pocas. Nadie se ofenderá porque nadie se dará por aludido. Los indigentes son siempre los otros. Pero la generalización es aquí, como casi siempre, injusta. No afecta por igual a derecha e izquierda. Es al Gobierno y a su partido a quienes incumbe la mayor parte de la responsabilidad en la situación. Ellos han sembrado el odio y la discordia. Ellos y sus aliados son quienes han sustituido la lucha contra la indigencia económica por la defensa de la otra indigencia: la intelectual y moral.
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