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11 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

No les vamos a regalar nuestra libertad

La izquierda española ya ha alcanzado el punto que denunciaba el liberal francés Constant: «Quieren que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre»

Actualizada 10:49

Lo que voy a escribir debería ser superfluo, pues va sobre la necesidad de salvaguardar la libertad. Una perogrullada en cualquier sociedad sana. Pero no aquí.
Quien prefiera ahorrarse este artículo puede optar por escuchar la canción La Libertad, que grabó hace 20 años mi viejo amigo el gran poeta Andrés Calamaro. Allí queda todo dicho de la más hermosa manera. O puede leer al brillante pensador francés Fabrice Hadjadj, un judío que se convirtió al catolicismo y que este lunes estará por Madrid, quien hablando del grano bueno y la cizaña nos recuerda que «querer extirpar todo el mal en nombre de la utopía o la nostalgia no puede sino conducir a arrancar al mismo tiempo el grano bueno, sería abolir la libertad».
Me temo que hoy en España ya estamos ahí: padecemos una izquierda populista que coquetea con inmolar la libertad en el altar de su ideología, esa que esgrimen como la única aceptable.
Benjamín Constant de Rebecque, un inteligente liberal que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX, descendía de una familia de hugonotes refugiados en Suiza, donde nació. Murió el París en 1830, con solo 63 años, cuando descollaba como el mejor orador parlamentario del momento y Luis Felipe I lo acababa de elevar a su Consejo de Estado (amén de hacerse cargo de sus deudas del naipe, pues las timbas noctívagas y las mujeres convirtieron toda la biografía de Constant en un carrusel de emociones, con algún susto incluido).
Nuestro hombre llevó una existencia políticamente azarosa, primero a la vera de Napoleón, luego denunciándolo por tirano y huyendo al exilio, más tarde dándole una segunda oportunidad. Refugiado en Gran Bretaña, estudia en Oxford y Edimburgo y se empapa de la visión liberal de la democracia inglesa, que defenderá toda su vida.
Benjamin Constant escribió mucho y variado: novelas vivenciales, un abstruso tratado sobre las religiones hoy olvidado… curiosamente, su texto que ha devenido en clásico es una conferencia corta, que pronunció en el Ateneo de París en febrero de 1819. Se titulaba De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos.
Lo que allí explicó sigue perfectamente vigente, y más en una España donde la izquierda está proponiendo a las claras el recorte de las libertades, empezando por las de los jueces y los periodistas. Los antiguos, explica el liberal francés, concedían el derecho a participar en los asuntos públicos, pero «todas las acciones privadas estaban sometidas a severa vigilancia». No tenían la noción de los derechos individuales. Por el contrario, la libertad de los modernos parte «del derecho a no estar sometido sino a las leyes». En Roma, recuerda, «los censores dirigían un ojo incisivo al interior de las familias, no había nada que las leyes no regulasen». Pero el hombre moderno muestra «un vivo amor por la independencia individual». «Nuestra libertad debe consistir en el goce apacible de la independencia privada», advierte Constant, que propina todo un repaso a Rousseau, semilla de totalitarismos, y a los revolucionarios que «quieren que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre» (exactamente igual que el PSOE de Sánchez).
A Constant le horrorizaban los gobiernos que buscan la felicidad de los ciudadanos. «Rogamos a la autoridad que se mantenga en sus límites, que se limite a ser justa, nosotros ya nos encargaremos de ser felices». Pero hoy en España estamos cayendo precisamente en eso: el líder autodenominado «progresista» se erige en una suerte de Gran Hermano intocable, al que debemos regalar nuestra libertad a cambio de que nos pastoree por el recto camino hacia la felicidad igualitaria.
Aunque el show de este sábado les haya parecido ridículo -de hecho lo fue–, lo que se vio en Ferraz es muy peligroso. Lo que propugnaron con energía jabonosa los líderes del PSOE –o mejor dicho, los fámulos de Sánchez– quedó bien claro: jueces, periodistas y oposición deben abstenerse de toda acción judicial o crítica severa al presidente y su familia. Si afirmar eso no es el embrión de una dictadura, desde luego se le parece mucho. Nos quieren esclavos para que Sánchez sea libre. Libre de hacer todo lo que le dé la gana.
Hay que resistir. No les podemos regalar nuestra libertad.
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