Fundado en 1910
Pecados capitalesMayte Alcaraz

Polvo serás, mas polvo enamorado

Se vaya o no, el daño está hecho. Sánchez no debe apropiarse de la democracia. España seguirá siendo tan democrática si se queda como si se marcha

Actualizada 01:30

Leopoldo Calvo-Sotelo, presidente del Gobierno de España entre febrero de 1981 y diciembre de 1982, escribió un libro titulado Memoria viva de la transición, publicado durante el mandato de Felipe González, un derroche de inteligencia e ironía política que releo en estos días de reflexión por sede vacante. En él, detalla la dimisión de Suárez, su abortada investidura aquella tarde histórica del 23 de febrero de 1981, sus casi dos años de presidencia y sus intentos por saborear las mieles del consenso entre partidos de Estado, entonces UCD, AP y el PSOE de González. Cuenta el presidente más efímero de la democracia que cuando el dirigente abulense le mostró el entonces Palacete de la Moncloa –hoy convertido en complejo– le advirtió: «Aquí llevarás una vida inhumana». Se refería Suárez a las turbulencias de la UCD ya en descomposición, y a la inestabilidad de aquellos años, marcados por los terribles asesinatos -casi diarios- de ETA y por el ruido de sables.

Hoy, los cronistas del melodrama sanchista hablan de la deshumanización de la política para justificar la «pájara» que le ha dado al presidente. Como si a los demás jefes de Gobierno no les hubiera acompañado nunca esa desabrida manera española de ver en el discrepante un enemigo: la diferencia es que ninguno de sus antecesores, ni siquiera Zapatero que, por falta de tiempo, solo acertó a dar los primeros trompicones, convirtió la reyerta en su sustento político. Los que se duelen de la agonía sanchista olvidan fechar el momento en que se j…. España y, con ella, el respeto obligado entre adversarios políticos.

¿Fue quizá aquel diciembre de 2015 cuando Sánchez llamó indecente al presidente Rajoy sin una sola prueba para sostenerlo? ¿O cuando se presentó una moción de censura basada en un párrafo torticero en una sentencia contra el PP como pretexto para desalojar a Rajoy de Moncloa? ¿O cuando el que sería vicepresidente, Pablo Iglesias, animó a administrar jarabe democrático a los ministros del PP y a sus familias? ¿O cuando el mismo partido pedía guillotina para la Familia Real? ¿O cuando se coreaban deseos de muerte a las puertas del hospital de La Paz, donde Cristina Cifuentes era atendida tras un gravísimo accidente de moto? ¿O cuando se acosaba a la anciana madre de Rita Barberá, a las puertas de su casa, mientras su hija era eliminada civilmente por los que luego la sucedieron en el poder? ¿O fue cuando se le preguntó en Marruecos a Pedro Sánchez por el recién conocido escándalo Koldo y contestó denigrando al hermano de Díaz Ayuso, con causas archivadas por la justicia española y europea? ¿O cuando se extendió una lona en el centro de Madrid con la imagen del familiar de la presidenta de Madrid; un señor anónimo y sin vínculos con la política? ¿O cuando una secretaria de Estado podemita de Sánchez coreó gritos contra la madre de Santiago Abascal? ¿O cuando Óscar Puente insultó a Feijóo en su investidura fallida? ¿O cuando María Jesús Montero inventó una supuesta irregularidad de la mujer del líder popular, desmentida por el periódico que lo difundió; bulo que fue aireado por Sánchez desde su escaño con la promesa de que habría «más»?

El problema de España no es que se levanten bulos contra la izquierda sin comprobar. Ni que algunos periodistas no hagan bien su trabajo (los hay de un lado y de otro). Contra esa mala praxis ya hay una herramienta infalible: el Código Penal, al que pueden acudir aquellos que vean vulnerados sus derechos fundamentales. El problema de España es que tenemos a un aventurero, a un buscavidas al frente del Estado, que lo mismo desentierra huesos hendiendo la sensibilidad de la gente para reivindicarse en su autocracia, que levanta un muro para encerrar a los que no le votan, o que hace en el Gobierno lo contrario que promete en campaña, o que hunde nuestra política exterior sin una sola explicación, o que coloniza todas las instituciones democráticas y que, ahora, en su último golpe de efecto, enfrenta aún más a los españoles, espolea a todos los estómagos agradecidos de la cultura y la comunicación para que relinchen con brío, y abre una fatwa contra la prensa que no le halaga y contra los jueces que incoan diligencias para investigar el trabajo mercantil poco ético de su mujer.

Se vaya o no (si no lo hace su vida política está ya en las últimas), el daño está hecho. Sánchez no debe apropiarse de la democracia (no la ha inventado él, ni siquiera la ha respetado). España seguirá siendo tan democrática si se queda como si se marcha. Quien está en crisis es él y su vergonzosa manera de ejercer el poder. De lo que ocurra hoy no saldremos bien parados. El líder socialista nos ha colocado en terrenos bananeros, donde los acólitos exaltan al líder para revestirlo de la impunidad de los autócratas; donde se esgrime el sentimentalismo –el libro del mal amor– para alejar el juego democrático de los cauces institucionales y de la razón.

En el debate parlamentario que enfrentó a Calvo-Sotelo con Felipe González, con el cambio de postura del PSOE respecto a la OTAN como telón de fondo, el presidente de UCD le espetó al socialista: «No convoque el referéndum. No necesita para ello de cien años de honradez en su partido. Le basta un minuto de honradez consigo mismo».

¿Gozará Sánchez de ese minuto, aunque sea espurio? ¿Le perderá el amor? Pero, como todos, al final, polvo serás, mas tú, polvo enamorado.

comentarios
tracking