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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Arrepentido

Vestido con las rarezas anteriormente elegidas, bajo al salón. Y allí está Wendy Mokongo, desnuda. Se ha rapado el pelo. Mirada de arrepentimiento

Actualizada 08:27

Baño sin patito de goma. Tomás preocupado.

—El patito de goma nuevo que le compré en el chino de Guadalmazán lo tiene sin estrenar.

—No estoy para patitos, Tomás. Me abruma la preocupación.

—Pues se va a sentir más abrumado cuando le haga saber quién le espera en la recoleta de los magnolios.

—¿Sánchez? ¿Gómez? ¿Gómez sin Sánchez? ¿Sánchez sin Gómez?

— No, señor marqués. Le espera Wendy Mokongo. ¡Qué voz! Como la del patrón de una trainera al terminar la regata de La Concha.

—¿La novia de Pitoloco?

—La que viste y calza. Poco vestida y descalza.

—¿Lleva armas?

—Está desnuda. Más de 1,90 de estatura. Sonriente.

—Acércame el albornoz azul de lana.

—¿Me permite una copla?

—Te la permito, Tomás, pero sólo una.

—¡Que guapo está mi marqués
Bañado, tan de mañana
Con el albornoz de Hermés
Azul marino de lana!

—Preciosa, Tomás. Pantalones de pana, chaqueta de «tweed», zapatos de Forster-Stainovich y camisa de cuadraditos. Sin corbata. Y esconde a Wendy. Por el escándalo. Bajo en cinco minutos.

Estos makalelos son así. Se presentan sin avisar. Estoy seguro de que Parambini ignora su paradero.

Vestido con las rarezas anteriormente elegidas, bajo al salón. Y allí está Wendy Mokongo, desnuda. Se ha rapado el pelo. Mirada de arrepentimiento.

Barca

Barca

—Señor marqués. Gracias por recibirme. He decidido darme de baja de la banda de SAGOSA, y romper mis relaciones con el canalla de Parambini. Quiero servir a sus órdenes, siempre que usted me haga un favor.

—Si está de mi mano...

—Lo está. Quiero que me operen de nuevo y volver a ser Samuel.

—Si no entendí mal, lleva usted menos de un mes sintiéndose mujer.

—Ya no me siento mujer. Pero en la Seguridad Social me han negado la intervención quirúrgica. Me dicen que soy una caprichosa, y tengo que esperar al menos diez años para que me pongan lo que siempre tuve, aunque sea de pichiglás. Si usted me ayuda a financiarme la operación, tendrá a un makalelo dispuesto a morir por usted durante toda su vida.

Se trataría sólo lo de abajito, porque el resto, ya ve, sigue siendo de guerrero makalelo.

—¿Y lo de abajito, cuánto es?

—Apenas 20.000 euros. Es una operación complicada. Cierran la huchita y me ponen lo que siempre tuve.

—¿Y qué dirá Pitoloco?

—No me afecta. Me ha dejado tirado. Le hablo ya como hombre, porque me siento hombre.

—Le puedo esconder aquí mientras tomo mi decisión. Pero vestido. No puedo tolerar que vaya en pelota picada por mi casa. Paula, mi mujer, era novicia.

—Me vestiré de lo que usted ordene.

—¡¡¡Tomás!!!

Se presenta raudo y chismoso.

—Tomás. Hay que vestir a este señor que ha sido señora durante un mes y desea volver a ser señor.

—Ahora mismo le busco un apaño.

—Me voy a pasear. Tengo que decidir algo muy importante. Si la señora marquesa se levanta, que cada día duerme más, le dices que estaré meditando en el puentecillo de los plumbagos. Demasiado peso para unas espaldas zarandeadas por el vendaval.

—Muy bonita frase, señor marqués.

—Dios me aprieta, y en lugar de ahogarme, me abre el cauce de la poesía.

—Medite tranquilo. Yo me ocuparé de vestir a éste o ésta, y le deseo acierto en su decisión.

—Gracias, Tomás, amigo mío. Puedes robarme tres mil euros.

—Lo haré inmediatamente, señor.

(CONTINUARÁ)

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