Por qué Ayuso molesta tanto a Sánchez
El presidente pierde los papeles con los madrileños y la razón ya es obvia
Seguramente lo único que saca de quicio a Pedro Sánchez, junto a algún juez valiente y a ese reducido grupo de periodistas y medios de comunicación que no le bailamos el agua ni nos callamos una verdad así nos suenen truenos y rayos monclovitas, es la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Ayuso le hace perder el oremus, y provoca errores de principiante en el personaje, mucho más de actuar desde las sombras que a plena luz del día, donde sus excesos pendencieros, venganzas sicilianas y mentiras arriesgadas son mucho más visibles.
Solo desde los nervios y la ira descontrolada puede entenderse, por ejemplo, que vetara la presencia del Ejército en las celebraciones de la fiesta de la Comunidad de Madrid, con argumentos sonrojantes incluso para un Gobierno abonado al bulo y a la interpretación retorcida de la ley.
Nadie entendió esa censura infantil, pero todos pudieron escucharle a Ayuso un canto a la unidad de España, bajo la batuta del Rey y de las Fuerzas Armadas, que convirtió a Sánchez en un vulgar mayordomo de los caprichos de Puigdemont, Otegi y Junqueras, los tres jinetes del Apocalipsis que le tienen trincado de entrepierna para arriba.
Y tampoco entendió nadie que el Gobierno se borrara del homenaje a los héroes del 2 de mayo, con la excusa de no haber recibido una invitación que no necesita para tener su espacio en el protocolo, sustituida por una ridícula fiesta alternativa del PSOE madrileño, en la que cuatro gatos celebraron algo parecido a una mezcla del Aberri Eguna con cena-baile amenizada por orquesta, suficiente para hundir aún más las ya tristes expectativas como candidato del hiperventilado Óscar López.
Ayuso, en fin, desquicia a Sánchez porque es el espejo que le devuelve su verdadera imagen, la de un perdedor que se compró una victoria al precio de pagar con su alma al diablo, con las consecuencias para España que solo los muy cafeteros ignoran, por seguidismo ciego o lealtad remunerada.
Y también porque, cada vez que utilizan los problemas menores de su novio, ajenos a su cargo público e hinchados a la venezolana por la Fiscalía General del Estado, lo que todo el mundo ve realmente son los problemas de su esposa y de su hermano, ahí sí vinculados a su parentesco con el presidente.
La persecución salvaje a Ayuso, que incluye también la insólita calificación de «asesina» por los fallecidos en las residencias desde las mismas trincheras que esconden aún hoy la cifra de muertos real por la pandemia en toda España, tiene otra lectura política de la que este PSOE no se ha dado cuenta, afortunadamente.
Y es que, frente a ese retrato de Madrid como un especie de isla donde pasan cosas ajenas al resto de España, por su particular ecosistema fachosférico y centralista, la demoscopia ya recoge que solo es el anticipo de un fenómeno nacional: los madrileños no son distintos al resto de los españoles, solo empiezan a correr cinco minutos antes, pero por la misma carretera que todos los demás frecuentan igualmente.
El desprecio de Madrid a Sánchez no es una excepción, sino el prólogo de una norma. Y el odio que Sánchez destila por los madrileños no es más que una confesión de culpa de quien sabe que, en realidad, el odiado es él, de forma ya abrumadora, y por supuesto en toda España.