Sin luces
El apagón tercermundista es la metáfora de lo que Sánchez le provoca a España
Ahora buscarán todo tipo de justificaciones y argumentos para que el gran apagón parezca un accidente inevitable, un ataque externo sincronizado o cualquier otra razón marcada por una única intención: exonerar al Gobierno o, mejor aún, habilitarlo para sus discursos y políticas en cualquier frente y librarlo de dar explicaciones sobre el hermano, la esposa o el amigo, que ahora hay que hacer piña ante la enésima catástrofe nacional, al menos hasta que Sánchez sepa cómo manejarla contra sus adversarios.
Lo cierto es que llevamos lustros aguantando filípicas sobre las renovables, soportando impuestos confiscatorios pintados de verde, costeando decisiones ideológicas como el cierre de las centrales nucleares, y padeciendo, en general, doctrinas sustentadas en un supuesto progreso que nos hacía invulnerables a casi todo y nos llevaba por el camino correcto del progreso.
Y al final, como siempre pasa cuando el prejuicio y el interés se imponen a la ciencia y al sentido común, hemos dado otro más para asemejarnos a Venezuela y Cuba, donde estos apagones son el pan suyo de cada día.
Calificar de tercermundista este episodio, en el que un Gobierno sin luces deja a oscuras a un país entero, no es excesivo: nadie más ha pasado por esto en Europa, que tuvo que cortar las comunicaciones energéticas con España para evitarse el contagio, en una metáfora impagable de lo que somos.
Un foco de transmisión de lo peor, un pedigüeño endémico de ayudas, dinero y dádivas que encima se permite pontificar a todo el mundo y luego necesita que las centrales nucleares francesas y los embalses marroquíes le den una limosna energética a nuestro Greto Thunberg con ínfulas.
Es probable que nunca sepamos del todo qué pasó, que tardemos en tener algo parecido a una versión oficial definitiva y que, en realidad, el colapso tenga varias razones, sincronizadas sin que, una vez más, el costosisimo Estado que mantenemos con los riñones hiciera algo con la mínima anticipación necesaria para evitar o paliar los estragos.
Esto ya lo hemos visto con la pandemia, la borrasca Filomena o la Dana valenciana: nadie se entera a tiempo, nadie hace nada para adelantarse, nadie está a la altura del esfuerzo económico, del civismo y de la paciencia de los españoles, abandonados en los andenes de Atocha o Chamartín, sin agua ni pan, en una metáfora terrorífica de la inutilidad bulímica de un Estado que te lo quita casi todo a cambio de nada o te culpa de lo que él te provoca, regañándote a menudo por haberlo provocado.
La metáfora de una España a oscuras describe los tiempos, retrata el apagón del Gobierno, la falta de luces de su presidente y la agonía tenebrosa de políticas sustentadas en los dogmas que, cuando confrontan con la realidad, saltan por los aires dejando un reguero de desperfectos insoportables.
A Sánchez se le acumulan las razones para dimitir, tras haber llegado al poder y mantenerse en él de manera fraudulenta y protagonizar desde allí una ristra de escándalos inaceptables. Y todas se resumen en la imagen de una España apagada, en un callejón oscuro, con millones de personas abandonadas a su suerte con una vela y una homilía perpetrada por un haragán con los plomos fundidos.