PSOE vendepatrias
Son pasos que los separatistas de diverso origen, incluyendo naturalmente los terroristas de Otegui, consideran necesarios para alcanzar lo que trabajosamente buscan: la independencia de sus fincas y la consiguiente ruptura de la España que la Constitución define como «patria común e indivisible de todos los españoles».
¿Existe en España algún ciudadano de origen catalán, gallego o vasco que no hable castellano? Contemplando el espectáculo al que nos tiene sometidos el gobierno Sánchez, con la soez ayuda de su peculiar ministro de Asuntos Exteriores Albares, pareciera que así fuera, dado el dramatismo con el que nos cuentan están negociando el reconocimiento de las tres lenguas regionales como parte del vehículo lingüístico europeo.
Pero dado que no es así, sabiendo que hasta la diputada de Junts, Mirian Nogueras, una vez que ha retirado la bandera española de sus comparecencias, sabe hablar fluidamente en castellano, la pregunta es inevitable: ¿para qué quieren Sánchez y Albares satisfacer los deseos de los separatistas catalanes, vascos y gallegos si resulta que entre ellos mismos usan la lengua común para entenderse? ¿Cuál es la necesidad o la urgencia, cuál la razón para aumentar la carga fiscal de todos los españoles con la satisfacción de las consiguientes copiosas limosnas que para hacerles caso habría que abonar?
La respuesta es clara y muy evidente: son pasos que los separatistas de diverso origen, incluyendo naturalmente los terroristas de Otegui, consideran necesarios para alcanzar lo que trabajosamente buscan: la independencia de sus respectivas fincas y la consiguiente ruptura de la España que la Constitución define como «patria común e indivisible de todos los españoles».
Sánchez y Albares, y todos aquellos que de momento ocupan taburetes ministeriales o parlamentarios, siguen cuidadosamente las exigencias de Puigdemont y sus secuaces de aquí y allá. Porque si así no fuera, poco futuro le quedaría en la Moncloa al marido de Begoña. Y a los numerosos y numerosas que con él comparten sedes ministeriales, curiles parlamentarias o prebendas da vario tipo o condición, vengan de Koldo, Leire, Ábalos o sus infinitos conmilitones.
Éste no es un juego cultural. Nadie en sus cabales podría hoy en España quejarse de alguna dificultad pública o privada que afectara al uso de las tres lenguas regionales. Más bien al contrario, si contemplamos la evidente ruptura del pacto constitucional por lo que a la lengua común se refiere, teniendo en cuenta las trampas locales para impedir su enseñanza en las escuelas o su uso en las tareas profesionales. Tema al que resulta urgente prestar atención y cuidado porque su abandono en manos del separatismo del que Sánchez depende introduce en el futuro de la «patria común» perspectivas tan brutales como incomprensibles. Son hoy más de 600 millones de ciudadanos en todo el mundo los que tienen el castellano como lengua madre. La segunda en el mapa universal con esa categoría. Con una consiguiente capacidad de comunicación e influencia solo compartida por el inglés y el chino. ¿Es por ello por lo que Sanchez y Albares quieren premiar al Puchi, Otegui y demás secuaces para que en unas décadas sus socios y seguidores no puedan salir del terruño donde crecieron porque nadie les entiende?
Harto necesario sería que el PP se hiciera sonoramente eco de tales realidades para evitar lo que Sánchez y sus socios pretenden: ocultar la innoble magnitud de la maniobra acusando a los de Feijoo, respetuoso gallego parlante el, de falta de respeto para las parlanzas regionales. Y que publicitaran al exterior lo que seguramente ya están explicando en el interior de la UE: que el propósito no es el de obtener libertad lingüística sino el de garantizar la ruptura nacional. Y consiguientemente la inestabilidad continental. Tarea a la que estaban, y siguen estando, ardientemente dedicados los que desde tierras del Este europeo siguen financiando los costes del palacio imperial de Waterloo.