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Editorial

¿Qué sabe Ábalos que asusta tanto a Sánchez?

Los mensajes entre ambos reflejan una época de trampas, silencios y apaños intolerable

Actualizada 01:30

La difusión de una serie de mensajes cruzados entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos tiene un evidente interés público, que entierra ya de entrada todo debate artificial sobre la pertinencia de su publicación, justificada sin la menor duda.

Por mucho que al Gobierno le irrite y, para desviar la atención, se haya lanzado de cabeza a denunciar la intromisión en la privacidad del presidente, algo que tampoco sería cierto si una de las partes hubiera dado permiso, algo que no consta, pero tampoco es descartable.

En todo caso es un asunto menor, al lado del derecho a informar sobre asuntos relevantes, de interés informativo y con notables consecuencias. ¿O acaso no recuerdan los repentinos adalides de la censura su postura, totalmente opuesta, con los mensajes remitidos por Mariano Rajoy a Luis Bárcenas?

Más allá de ese ruido, lo relevante es constatar que, en contra de lo repetido por el PSOE hasta la saciedad, la relación con Ábalos se mantuvo incluso después de destituirlo como ministro.

El discurso oficial ha sido siempre repetir la falacia de que aislaron a Ábalos a las primeras de cambio, la realidad es que Sánchez mantuvo la comunicación con el exministro, le renovó luego como diputado y mantiene la militancia en el PSOE.

Es decir, Sánchez mintió a la opinión pública porque, lejos de alejarse de Ábalos, le protegió con un nuevo aforamiento y le hurtó a la ciudadanía las verdaderas causas de su salida, más por miedo tal vez que por prudencia. Como poco es legítima esta interpretación, una vez desmontada la falacia de que el PSOE actuó enérgicamente.

Cabe preguntarse, pues, si Sánchez apartó a Ábalos para protegerse a sí mismo y, a la vez, le protegió para garantizarse una cierta lealtad. Y esa duda es de una gravedad formidable, pues se trata del político señalado en casi todas las tramas de corrupción relevantes.

El autoritarismo de Sánchez contra sus barones, que es la otra parte de las conversaciones conocidas, no supone sorpresa alguna. Se corresponde con el tono y las intenciones habituales del personaje contra toda postura distinta a la suya, venga de compañeros del PSOE, de periodistas críticos o incluso de miembros de la judicatura.

A falta de conocerse nuevos mensajes en el futuro, algo que no se puede confirmar ni desmentir, los ya conocidos son una fotografía de una época que ojalá termine pronto. La de un político sin principios, sin líneas rojas y sin límites que está cercado por la corrupción, el independentismo y los fantasmas de su reciente pasado.

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