RAE
La RAE, al paso que lleva, se terminará denominando la RAEF, Real Academia Española de Filólogos
En trescientos años, la RAE –Real Academia Española-, ha sido protagonista de muchos enchufes, injusticias, envidias y pasiones. Hoy es sanchista, como casi todo. Me uno entusiasmado a la propuesta de Luis Ventoso, siempre con mi nombre borrado. No tengo estructura ni méritos académicos. Pero Andrés Amorós y Gabriel Albiac, sin olvidar al maltratado poeta Luis Alberto de Cuenca, tendrían que llevar años regalando su talento de creadores en el palacete de la calle de Felipe IV.
La RAE, al paso que lleva, se terminará denominando la RAEF, Real Academia Española de Filólogos. Cuando Prisa pasó a dominar la RAE, aquello se enturbió. Comíamos en casa de Manuel Halcón, el gran escritor sevillano, Juan Antonio Vallejo Nágera, Antonio Mingote y el que escribe. Don Manuel estaba avergonzado. –Me he dejado convencer por Lázaro Carreter para protagonizar una villanía. No me lo perdonaré jamás-. Lázaro Carreter fue a visitar a unos cuantos académicos para pedirles el voto a favor de Jesús Aguirre, Duque consorte de Alba y Conde-Duque de Olivares. – Y se lo he dado, sabiendo que cometía una gran injusticia-. Lázaro Carreter tiene a su favor la candidatura y elección de Antonio Mingote, el genio que mejor ha sintetizado el español. Pero mientras unos se peleaban con otros, - mi querido Camilo José con casi todos-, la RAE se olvidó de los creadores, es decir, de los escritores y compartió en minoría la mesa de la palabra con filólogos, gramáticos y advenedizos. El escritor es el que crea y renueva el idioma, y el filólogo el que ordena la creación. De Mingote me vienen muchas anécdotas y trifulcas en la RAE. A Camilo sólo le divertía intrigar a sus interlocutores con el número de maricas académicos. Advertía: –- Ahora mismo, son siete-. Repasábamos la nómina de académicos y siempre nos salían seis. -Me llevará el secreto a la tumba porque el séptimo es que el menos os podéis figurar-. Se refería Camilo a siete creadores no a siete filólogos, «que son todos un coñazo».
El pacto El País-ABC, para asegurar el ingreso de Juan Luis Cebrián, en su época de esplendor en el poder político socialista-, y Luis María Ansón, convirtió la RAE en un mercadillo de cambalaches. Ansón sí tenía méritos de sobra para ser académico. Cebrián había escrito una mala novela, «La Rusa», cuya protagonista tenía problemas semánticos en el «Clítorix», porque clítoris le parecía excesivamente vulgar. Don José Echegaray, abominado por don Ramón del Valle Inclán, fue Premio Nobel. Y estrenó un dramón insoportable. Y un poeta escribió:
terrible peste bubónica.
Y aquí, Urrecha, hace la crónica
de un drama de Echegaray.
¡Están mejor en Bombay!
Cuando lo de Cebrián, el poeta J. Antonio Medrano, se inspiró y mejoró la mala uva.
con una horrible epidemia,
y aquí, la Real Academia
le da un sillón a Cebrián.
¡Están mejor en Ceylán!
La RAE no es una oficina. Necesita, por supuesto, de gramáticos y filólogos. Los escritores crean el idioma y los filólogos lo ordenan. Pero el filólogo siempre ha tenido la misma manía a los creadores que muchos críticos literarios a los autores. Por ahí andan, olvidados y sin pretensiones, escribiendo como los ángeles y con un océano de cultura a sus espaldas, Amorós, Albiac, Luis Alberto de Cuenca, Raúl del Pozo y alguno más.
Su ausencia la ocuparán cuatro filólogos del sanchismo.
Y el español, como idioma, seguirá maltratado.