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Desde la almenaAna Samboal

La casta son ellos

Los del 15M quisieron hacernos creer o creímos ingenuamente que pretendían un país más justo, en el que cada ciudadano fuera titular de los mismos deberes y derechos. Pero no, sólo querían derribar a la que tildaron de casta gobernante para colocarse ellos

Juan Carlos I no puede dormir en la Zarzuela. El Gobierno forzó su salida de España desde que se supo que el Tribunal Supremo investigaba sus cuentas y declaraciones a Hacienda. Begoña Gómez, sin embargo, pernocta en la Moncloa, aunque esté imputada por cuatro delitos. A Cristina de Borbón la procesaron y tuvo que declarar ante un tribunal de primera instancia, el que le correspondía como ciudadana, aunque sea hija de rey. David Sánchez lo hará ante el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. No está aforado, pero la pirueta de su empleador y amigo le protegerá como si lo estuviera. No, la Justicia no es igual para todos, como lamentaba Pedro Sánchez. Se quejaba cuando aún no era presidente.

El aforamiento nació para proteger a las Cortes de las iras y caprichos de los reyes de turno. Sin el debido suplicatorio concedido por el Parlamento, el monarca debía cuidarse muy mucho antes de violentar sus derechos, que no eran los de los pueblos, sin voz ni voto, sino los de la nobleza. Blindado hoy día por la Constitución, el privilegio de origen medieval trocó en la democracia en una suerte de respeto y salvaguarda de la dignidad de los representantes públicos. Hasta que su uso torticero ha pervertido su verdadero sentido ante la opinión pública.

La pirueta del dimisionario presidente de la Diputación de Badajoz, en vías de convertirse en diputado y, por ende, aforado, con el único fin de alargar un proceso judicial en el que aparece como imputado y será procesado, colma de sentido la denuncia de aquellos que el 15M atestaban las plazas. Clamaban contra los beneficiarios de las prebendas, los blindados por el sistema. Quisieron hacernos creer o creímos ingenuamente que pretendían un país más justo, en el que cada ciudadano fuera titular de los mismos deberes y derechos. Pero no, sólo querían derribar a la que tildaron de casta gobernante para colocarse ellos.

Sea condenado o absuelto, la burda forma de proceder de Miguel Ángel Gallardo retrata la soberbia del burlador que se cree más listo, superior al resto de sus conciudadanos. No sólo ha buscado la protección del acta parlamentaria, es que, además, con dinero público, financia la necesaria renuncia al escaño de los que debieron precederle. Su huida hacia adelante, un respiro para un presidente del gobierno acorralado por las denuncias en su entorno más inmediato, acabará el día en que tenga que sentarse ante el tribunal. Llegará. Hasta que se presente esa fecha, resonará el silencio atronador de los Sánchez e Iglesias de turno que antes clamaban por igualdad y ahora callan.

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