El magnicidio
Desde Moncloa y desde la Prensa adocenada se hubiera señalado a Feijóo y a Abascal como brazos ejecutores de ese golpe contra la integridad del presidente. Otegi —con el desparpajo de saber bien de qué habla— hubiera reclamado contundencia contra quienes quieren acabar con la vida de un dirigente político
Todavía hay esperanza para la Prensa. Afortunadamente los periodistas que no gustan a Pedro Sánchez hicieron un buen trabajo y desmontaron el bulo de que la Guardia Civil preparaba un atentado contra Su Persona. Es verdad que de nada ha servido para el Gobierno porque, ya rebozados en la lama del chapapote del embuste, se han metido en harina de almortas y han hecho unas gachas donde los ministros han seguido mojando y regoldando mentiras por aquello de que difama que algo queda. Y, sobre todo, han engañado a los que se dejan engañar porque no están dispuestos a desengañarse. Pero, insisto, los medios independientes han hecho lo que tenían que hacer. Explorar la conversación completa del capitan Bonilla con su confidente para desenmascarar la trola.
Ahora bien, permítanme una distopía que no es nada descabellada. Supongamos que el bulo de El Plural, secundado por RTVE y otros medios afines al Gobierno, no hubiera sido desmentido. A los Óscar López, Pilar Alegría, María Jesús Montero y Mónica García se hubiera sumado presto el resto del Consejo de Ministros. La consigna: contra Pedro Sánchez se está organizando un atentado para colocar una bomba lapa en su coche oficial. Ya estoy viendo a periódicos pretendidamente serios e «independientes de la mañana» titulando a cinco columnas: «La policía patriótica de la derecha fantaseaba con un magnicidio para asesinar a Sánchez».
Le hubiera seguido una comparecencia de Pedro. Serio, cabizbajo, con esa voz meliflua y ese tono circunspecto, se hubiera dirigido a la nación, sin preguntas de los periodistas of course, para sentenciar: «Yo estoy bien. Con el Gobierno progresista nadie va a acabar. Los que trabajamos por nuestro país, los que creemos en las libertades y la democracia, somos más fuertes que los ultras que quieren acabar con nosotros». Las tertulias amigas hubieran convocado a la sincronizada que, con gesto severo y atribulado, al borde de las lágrimas, hubiera proclamado el triunfo de la democracia frente a los intolerantes e impelido a las fuerzas democráticas del Congreso a legislar, a tomar medidas contundentes contra ese refugio de fachas que es la UCO; a proceder a su disolución en nombre de la democracia y, de paso, a censurar a los medios que atacan la legitimidad del Gobierno socialista.
Desde Moncloa y desde la Prensa adocenada se hubiera señalado a Feijóo y a Abascal como brazos ejecutores de ese golpe contra la integridad del presidente. Otegi —con el desparpajo de saber bien de qué habla— hubiera reclamado contundencia contra quienes quieren acabar con la vida de un dirigente político. Félix Bolaños hubiera señalado a los jueces ultras como Juan Carlos Peinado, Beatriz Biedma, Ángel Hurtado o Leopoldo Puente por perseguir legalmente a seres celestiales como Begoña, el maestro Azagra, el fiscal García Ortiz o José Luis Ábalos. Todos —diría Félix— han contribuido a que se haya creado este ambiente de crispación y de deshumanización del presidente Sánchez. Y no lo vamos a consentir.
Entonces Pedro lo habría conseguido: convertir la mentira en verdad. Hacer del engaño el lema de su escudo, leyenda de tizona. Hacer realidad su consigna tras el retiro de cinco días de amor: contraatacar para liquidar a la derecha, acabar con la oposición, criminalizar a la Prensa que osa indagar contra las prácticas mafiosas, investigar a los jueces díscolos para eliminarlos y descuadernar a la élite de la Guardia Civil. Convertir el clima en irrespirable y neutralizar los escándalos que le atenazan. Para ello, era imprescindible inventarse un magnicidio —está en el vademécum de la izquierda. ¿Por qué iba a ser menos Pedro Sánchez que Olof Palme, otro progresista perseguido por las fuerzas oscuras de la política que, este sí, fue vilmente asesinado?
Así vamos a estar hasta el final. Echará mano de todo. No tiene límites. Lo siguiente será hablar de un golpe de Estado pergeñado en un burladero de Las Ventas entre Ayuso, Peinado, el capitán Bonilla y el toro que mató a Manolete. Y veremos marchar por la Gran Vía, en manifestación a Almodóvar y Bardem gritando contra «los golpistas del 36». No es una distopía. Es la España de 2025.