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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El sereno

Siempre de gris, haciendo el bien, autoridad amable de las noches madrileñas. Tenían el don de la ubicuidad. Lo tengo comprobado. Una noche Manolo nos abrió el portal simultáneamente a tres vecinos domiciliados en números diferentes de la calle Velázquez, cuando aún resistía el bulevar

Act. 23 jun. 2025 - 10:26

Casi todos asturianos y gallegos. La noche de Madrid sonaba a chuzo y llaveros repletos. El sereno, no sólo ejercía su función, que era la de abrir portales cerrados para los vecinos que habían olvidado sus llaves. ¡Sereno! y tres palmadas. La respuesta, golpe seco del chuzo y ¡Voy! Su uniforme gris y su humanidad. No sólo abrían los portales de las casas. Si el inquilino habitual volvía a su hogar en malas condiciones, le acompañaban hasta el piso, tocaban el timbre y cuando la puerta del piso o del apartamento se abría, lo entregaban e integraban en su familia. Eran además autoridad. No la tenían para detener, pero sí para retener a los delincuentes y entregarlos posteriormente en una comisaría o en el más cercano cuartelillo de la Guardia Civil. El sereno de mi casa, Velázquez 57, se llamaba Manolo, como los demás serenos de Madrid, pero en realidad su nombre era Eusebio. El sereno, con aspecto de la maravillosa composición zarzuelera de La Verbena de la Paloma, no evolucionó en su uniformidad.

Ilustración de Barca para Ussía

Barca

Siempre de gris, haciendo el bien, autoridad amable de las noches madrileñas. Tenían el don de la ubicuidad. Lo tengo comprobado. Una noche Manolo nos abrió el portal simultáneamente a tres vecinos domiciliados en números diferentes de la calle Velázquez, cuando aún resistía el bulevar. Vivían, y muy bien, de las propinas, porque el servicio no era de pago obligatorio. Sólo en Navidad depositaban en los buzones de las casas un papelito escueto y educado. «El sereno les felicita la Navidad».

La plaza de sereno estaba cotizadísima y se podía traspasar. Ellos aportaban a las calles del Foro la tranquilidad y el sosiego. No recuerdo qué alcalde se los cargó. Si García Lomas, José Luis Álvarez, Rodríguez Sahagún, Tierno Galván o Juan Barranco a la muerte del Viejo Profesor, que le puso el mote a su teniente de alcalde 'Juanito Precipicio'. Pero las noches de Madrid sin sereno perdieron humanidad, seguridad y cortesía.

Aumentaron las riñas y enfrentamientos en discotecas y bares, convirtiéndose Madrid en una ciudad como todas las demás.

Avisaban de inundaciones e incendios. Llevaban en taxi a los hospitales a vecinos enfermos. Eran padres y hermanos de todos. La mayoría, asturianos y gallegos. El que los sacó de las calles habrá recibido su castigo. Sólo consta un incidente en el que fue considerado culpable el sereno. El marqués de la Retuerta era un personaje decimonónico que alquiló un piso en la calle de Don Ramón de la Cruz. El sereno, Manolo, no le conocía. Una noche, el marqués se pasó de horario y reclamó al sereno a las 5 de la mañana. Pero lo reclamó mal, sin tacto, haciendo valer su poder. Manolo cumplió con su deber y le abrió el portal. El marqués, que era un perfecto imbécil, en lugar de agradecer con una propina a Manolo, le soltó esta guasa: «No ha propina a quien no sabe do vive el marqués de la Retuerta». Aquel día no había sido bueno para Manolo. Un joven fue atropellado por una moto, en Velázquez tuvo que intervenir para calmar ánimos candentes, y le salió el marqués con esa majadería. Y le dio con el chuzo en el culo. Protestó en Comisaría, se le abrió expediente a Manolo y durante dos días, los de su sanción, nos dejó sin sereno. Nunca recibió tantas propinas de vecinos que no hicieron uso de su servicio. El marqués se vio obligado a cambiar de casa y alquiló un piso cercano al Bernabéu. Era del «Atleti»,

Los manolos, los serenos, fueron postales en movimiento del Madrid de mi infancia y juventud.

¡Manolo, sereno! ¡Voy! y al llegar me dijo. «Hoy vienes un poco piripi. Fumamos un cigarrillo y te dejo subir a casa».

Y así fue. Dormí la mona de maravilla gracias a Manolo.

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