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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Pero quién es Feijóo?

El posible próximo presidente es un funcionario pragmático de 63 años, más de acción que de libros y que desdeña «las batallas culturales»

Act. 07 jul. 2025 - 16:02

El orensano Alberto Núñez Feijóo, de 63 años, fue reelegido ayer con el 99,2 % de apoyo (sería curioso conocer a los del 0,8 %). Si Sánchez no perpetra alguna marrullería terminal, si España sigue siendo una democracia y si PP y Vox no se lían a sopapos en la campaña, lo normal es que sea el próximo presidente.

Feijóo no convence a parte del público conservador, porque su PP «transversal que no es ni de derechas ni de izquierdas» se queda corto si de verdad se quieren sanar a España de las profundas heridas del sanchismo. Pero sus logros prácticos están ahí. Cuando llegó a la cúpula de su partido, en abril de 2022, el PP estaba hecho un cromo. Su hinchada ayusista se había manifestado en Génova contra su líder de entonces, Casado, cuyos resultados electorales eran comatosos. Con Feijóo, el PP pasó de 89 a 137 diputados y no ha vuelto a perder unas elecciones.

La principal característica de Feijóo como político es esa: ha ganado todos los comicios a los que se ha presentado, con cuatro mayorías absolutas seguidas en Galicia y ganando como líder del PP las municipales, autonómicas, generales –con un triunfo insuficiente, toda vez que Sánchez se alió con la radicalidad antiespañola– y las europeas. También ha conseguido unificar al partido. Los que quieren su silla, Ayuso y Bonilla, han asumido que a día de hoy no pueden con él y han optado por apoyarlo (por ahora).

Pero una neblina gallega envuelve a Feijóo. ¿Quién es realmente? Es un hijo del ascensor meritocrático del franquismo y la Transición, pues se trata del primer líder del PP de clase baja (exceptuando su fundador Fraga, hijo de emigrantes). Su abuela paterna tenía un pequeño colmado en el bonito y minúsculo pueblo fluvial orensano de Los Peares. Su padre, Saturnino, conoció el paro cuando perdió su empleo en el embalse de la zona. Fallecido en 2016, era tan deportivista que cuentan que cuando su hijo logró su primera gran victoria en la Xunta, en 2009, la reacción del padre fue comentarle que también había ganado el Dépor.

La vivaracha Sira y su marido Saturnino lograron juntar un dinero para darle una buena educación al mayor de sus dos hijos. A los nueve años lo mandaron interno a los Maristas de León para cursar el bachillerato, todo un shock para el niño. Después, Feijóo estudió Derecho en Santiago y comenzó a trabajar con Romay Beccaría en los comienzos de la Xunta. Romay, que sería ministro de Sanidad con Aznar, era un político de gran curiosidad intelectual, que no se le pegó a su discípulo. Promocionó a unos chicos prometedores, que con un concurso interno se convirtieron en funcionarios de la respetada escala superior de la Xunta. Albertiño era el de más madera y fue enviado a Madrid, donde vivió de 1996 a 2003 y mostró su capacidad al frente del Insalud y como presidente de Correos.

De ideología, de joven era el típico votante de Felipe de la época. De hecho tardó en afiliarse al PP ocupando ya puestos importantes con Fraga. En 2009 se convirtió en el inesperado presidente de Galicia, gracias a las peleas internas del Gobierno de coalición de PSOE y Bloque, que supo resaltar con una astuta campaña. Un reproche habitual a Feijóo desde la derecha madrileña es que es nacionalista. En realidad es regionalista, a veces hasta lo crispante (no creo que exista un solo votante del PP al que haya gustado que en el congreso se refiriese a las Baleares como Illes Balears). Pero no es nacionalista. De hecho sus cuatro legislaturas en la Xunta fueron el tapón que evitó que Galicia haya seguido el camino de Cataluña y el País Vasco, que ya estaba sembrando el BNG cuando tocó poder.

Feijóo fue en la Xunta un gestor de manguitos, más de estar en la letra pequeña que de aportar nuevas ideas. Logró un meritorio equilibrio contable, pero no poseía la creatividad de un Fraga que, por ejemplo, tuvo la exitosa iniciativa de explotar la Ruta Jacobea. Existen dos tipos de jefes: los que gustan de beneficiarse del talento ajeno metiendo en su equipo a gente mejor que ellos y los que prefieren lo contrario. Feijóo en Galicia fue más bien de los segundos.

El líder del PP es más de acción que de libros. Carece de curiosidad intelectual. Tampoco se ha molestado en aprender inglés (lo que lamentará en la escena internacional). Enganchado al móvil, sigue las novedades al minuto, pero no lo llama el mundo de las grandes ideas. Maneja muy buena información y es muy desconfiado.

Una de sus habilidades es la capacidad de repentizar. Puede ofrecer una respuesta aceptable sobre cualquier tema aunque apenas lo conozca (le pasa un poco como a los periodistas: somos capaces de hablar de cualquier cosa, pero nunca más de dos minutos). Gasta mucho sentido del humor, aunque a veces un poco esquinado, sorprendente para quienes no lo conocen. No es pijo ni envarado y en sus escapadas callejeras madrileñas y coruñesas es normal verlo por la calle paseando sin escolta.

Feijóo mantuvo un noviazgo de doce años con una periodista y luego conoció a su actual pareja, por entonces una alta directiva en Inditex, la mujer que puso en marcha Zara Home (y que no lo votaba, según ha contado él divertido alguna vez). Divorciada y madre de una hija, ha tenido su segundo hijo con el político, Alberto Santiago, hoy de ocho años. El chaval es la luz y la ilusión de Feijóo, que cuando está en Madrid intenta a toda costa llegar a casa en hora para charlar un rato con el niño, que tuvo a los 55 años.

Se trata de un veterano que sabe que está ante su último tren, pues es diez años mayor que Sánchez y tiene 14 más que Abascal. Si llega a presidente, mi pronóstico es que estará al menos ocho años, porque ganar elecciones es precisamente su especialidad. Para ello su técnica es sencilla: no molestar y mostrarse templado. De ideología, probablemente sea un socialdemócrata suave más que un liberal. No es creyente, pero entiende que España es un país católico y su padre fue despedido con los ritos de la Iglesia. Madrugar no es su afición favorita y le encanta escuchar la radio a primera hora (Herrera, mayormente). No es bebedor y en Galicia iba al cine todos los domingos, afición de la que lo ha privado el ajetreo de viajes de su actual cargo.

A diferencia de Sánchez, no va de indie y le gustan Aute y Leonard Cohen. De fútbol, imaginamos que es del Dépor, como su padre. Aunque tuvo su etapa de fascinación viguesa, hoy se le ve muy «coruño», con piso en una emblemática casa de época con vistas al Puerto. Vistiendo es desenfadado-clásico. Tras una etapa en que se le veía más rubio que Elton John, luce ahora sus canas naturales y se ha librado de las gafas debido a una delicada operación de la vista.

Feijóo no es perfecto (nadie lo es) y a algunos nos gustaría que no fuese alérgico a entrar en las grandes cuestiones de fondo («yo no creo en las guerras culturales», ha declarado en entrevistas, olvidando que al final lo que mueve el mundo son las ideas). Si llega al poder será un presidente previsible, tranquilo, que no se atreverá –por desgracia– a liquidar de un plumazo desde el primer día toda la carcasa ideológica y fiscal que nos ha impuesto el sanchismo. Pero es buen chaval, una persona normal. Y eso, viniendo del bicho ya es mucho, porque hoy parte del problema de España es psicológico. Hemos tenido la desgracia de topar con una persona que no está exactamente en sus cabales.

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