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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Aquella botella de whisky

El mundo es complicado y a veces la mejor caridad adopta formas imprevistas

Act. 27 jul. 2025 - 11:04

Esta semana estoy de vacaciones. Paseando frente al puerto veo unos barcos pesqueros y me acuerdo de mi padre, que se ganó la vida en ellos y con su valía y a pulso logró pasar de patrón a armador. Un ejemplo doméstico que imagino que me ha hecho del club de los partidarios de la aventura de la iniciativa privada, frente a la subcultura de la teta pública, la queja y la subvención.

Los marineros gallegos labraron históricamente los fértiles mares del Gran Sol, al oeste de las Islas Británicas, siempre grises y en invierno con unos golpes de mar de pasarlas canutas («o putísimas», si somos más certeros). Pero llegado el siglo XX, las naciones se dieron cuenta que tenían que proteger sus tesoros marinos y establecieron firmemente sus aguas jurisdiccionales. Traducción: fin de la barra libre para los barcos españoles en el Gran Sol. Toda una conmoción en nuestros puertos.

Aún así, en una primera fase de las nuevas reglas aquello era como una especie de paripé entre anglos y españoles: tú haces como que no pescas y yo hago como que no te veo. Los barcos españoles seguían faenando y de vez en cuando las patrulleras inglesas o irlandesas arrestaban a uno o dos al albur, lo cual se zanjaba como una multa asumible para el armador español. En una de esas redadas aleatorias, una patrullera británica acabó llevando al barco que capitaneaba mi padre a Plymouth, una pintona ciudad costera en el tacón occidental de Inglaterra. Visto que el lugar era agradable, mi padre le envió un pasaje de avión a mi madre y allá estuvieron diez días de seudo vacaciones mientras se solventaban los trámites de la sanción.

El interés empresarial privado agudiza siempre el ingenio. «Si nuestros barcos han perdido su permiso para faenar en Gran Sol, porque ahora son aguas extranjeras, ¿qué podemos hacer?», se preguntaban los armadores gallegos. Y dieron con una fórmula: abanderar en el Reino Unido e Irlanda sus barcos. Aunque en la práctica todo seguía casi igual y descargaban y se pertrechaban en Galicia. Tan solo se impuso una novedad: si el barco se convertía formalmente en británico, parte de la tripulación tenía que ser de allí.

El experimento llenó los pesqueros de guiris, con un curioso experimento lingüístico previo al pinganillo del Congreso: a bordo se hablaba ahora en gallego e inglés para al final entenderse todos por señas. Pronto se percibió además que los nuevos marineros británicos eran poco duchos y bastante dispersos, debido sobre todo a que le pegaban al alpiste todavía mucho más que sus pares gallegos, que tampoco eran exactamente abstemios, sino más bien todo lo contrario.

En el barco de mi padre se había enrolado un sosegado marinero inglés de pelo pajizo, un hombre flaco de triste mirada clara, una especie de versión todavía desmejorada del Peter O'Toole de mediana edad. Guardaba además otra similitud con el gran actor compatriota suyo: una sed insaciable ante los espirituosos. Mantenía una entusiasta adicción al morapio, de esas tan consuetudinarias que ni siquiera se manifiestan en síntomas de embriaguez. No perdía jamás su flema, pero lo cierto es que con una quinta parte de su ingesta regular cualquiera de nosotros entonaríamos la Rianxeira, el Asturias patria querida o el brindis de La Traviata.

Gran Sol era muy duro. Peligroso a veces. En una jornada aciaga, el cable de un aparejo le cercenó varios dedos durante una maniobra al marinero inglés, que no estaba donde debía estar. Un accidente desgarrador. Al final, un helicóptero de auxilio médico llegó para evacuarlo. Mi padre reparó en que su hombre iba a tener muy pronto un doloroso problema añadido al de la herida: el delirium al no poder soplar en el hospital. Así que cuando se acercó a despedirlo al pie de la camilla, despistó con un pretexto a los rescatadores durante un instante y subrepticiamente le deslizó bajo la manta el medicamento que aquel marinero iba necesitar: una botella del viejo y querido Johnnie Walker.

El mundo es un lugar complicado y a veces la mejor caridad adopta formas imprevistas, como una botella de whisky de matute. Un brindis por ambos, que ya descansan con Dios en las aguas calmas del cielo de los marineros.

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