Es Múnich 1938 otra vez y están encantados
Si el acuerdo Rusia-Estados Unidos va adelante en los términos que parece, el gran derrotado no será Ucrania. El vencido será Occidente que no ha plantado cara al tirano. Y como dijo Churchill a Chamberlain. «Os dieron a escoger entre la guerra y el deshonor. Escogisteis el deshonor y tendréis la guerra.»
Los dirigentes occidentales que acudieron a la Casa Blanca el lunes a arropar al presidente de lo que queda de Ucrania salieron encantados porque la reunión se produjo en un tono amable y parece que Estados Unidos está dispuesto a dar garantías de protección a lo que finalmente quede de Ucrania. Es decir, como en la reunión de Múnich en 1938 entre Hitler y Chamberlain, el agresor puede quedarse con lo que ha conquistado si promete ser niño bueno a partir de ahora.
El problema es que esas promesas son viejas. Cuando se produjo la desintegración de la Unión Soviética, Rusia reconoció la independencia de la totalidad de Ucrania a cambio de que Ucrania entregase a Rusia los 3.000 misiles nucleares que había en su territorio. ¿Para qué sirvió creer la palabra de los rusos? ¿Qué respeto tiene el Kremlin por los tratados internacionales que firma?
Lo que estamos viendo ahora es la consecuencia lógica de la pasividad de Occidente frente a las agresiones rusas del último cuarto de siglo –que es el tiempo que lleva Putin en el poder. Hemos vivido los ataques a estados soberanos como Moldavia, Georgia y Ucrania en dos fases: primero Crimea y después el Donbás. Putin ha podido comprobar que no hay verdadera voluntad de plantarle cara exactamente igual que Hitler vio cómo después de anexionarse Austria en marzo de 1938 el 30 de septiembre de ese mismo año se reunía en Múnich, acompañado por Benito Mussolini, con el primer ministro británico Neville Chamberlain y su homólogo francés Édouard Daladier. Ambos aceptaron que Alemania se anexionase los Sudetes checos con la excusa de que la población germanófona era mayoritaria en la región. Exactamente igual que los rusófonos en el Donbás.
¿Por qué habría que creer la promesa de Trump de proteger los restos de Ucrania si tal compromiso se alcanzase? La relación del presidente norteamericano con la verdad es uno de los aspectos más conflictivos de su personalidad política. Pero, además, en esta confrontación hay un grave problema: una democracia como Estados Unidos, con un presidente que estará fuera de la Casa Blanca en tres años y medio, se enfrenta a una dictadura cuyo presidente seguirá hasta el día que se muera. Putin puede sentarse y esperar a ver pasar el cadáver de su adversario.
Es evidente que quedarse con las regiones que ocupa Rusia en este momento del partido es mucho menos de lo que aspiró Putin a conseguir cuando invadió el país el 24 de febrero de 2022. Y la principal razón por la que no ha ganado la guerra es por la incompetencia de las Fuerzas Armadas rusas, mucho más que por la capacidad de resistencia de los ucranianos. Pero ni eso es una motivación para que Occidente plante cara. Y España, ni digamos, con un Gobierno dividido entre ambos bandos en este conflicto. Porque lo de Putin es algo notable. Este tirano que tiene la capacidad mágica de que sus rivales se defenestren en sentido literal –se caigan por las ventanas– acaba consiguiendo respaldos en la extrema izquierda y la extrema derecha en Occidente. Dicen que es «un hombre de valores». Sus muertos tal vez discrepen.
Si el acuerdo Rusia-Estados Unidos va adelante en los términos que parece esbozarse, el gran derrotado no será Ucrania, que también. El vencido será Occidente que no ha plantado cara al tirano. Y como dijo Churchill a Chamberlain. «Os dieron a escoger entre la guerra y el deshonor. Escogisteis el deshonor y tendréis la guerra.».