Piras de sabiduría

Durante la Segunda República, entre las humaredas de las iglesias y conventos y sus extraordinarias obras de arte sacro, cuando el presidente del Gobierno era esa verruga inteligente y resentida que cursó su bachillerato en los Agustinos de San Lorenzo del Escorial, también fueron fusilados sacerdotes y alumnos del colegio. Tenía mi abuelo Muñoz-Seca una parte de su biblioteca en Madrid. Poemarios de Federico García Lorca, de Rafael Alberti, de su paisano José María Pemán, de Fernando Villalón y de su joven primo Manuel Halcón. El resto de los libros de don Pedro se convirtieron en columnas de humo como el que expulsaban por sus chimeneas los barcos que hacían el trayecto del Guadalete a Cádiz, ardió en el bulevar de la calle de Velázquez. La República era la Cultura. Cuando Alberti y María Teresa León ocuparon el palacio de los Condes de Heredia Spínola, se llevaron –es decir, robaron–, centenares de libros valiosos que los acompañaron al exilio.

Alberti fue un grandísimo poeta, pero también un sinvergüenza de tomo y lomo. Sobre todo de lomos encuadernados en los siglos XVIII y XIX. Se salvaron en cambio gracias al celo de su hija Rosario una buena parte de sus manuscritos, entre ellos los cuatro cuadernillos de los Actos de Hoy. Hace años, en un acto celebrado en La Razón, cuyos invitados formaban una menestra de contradicciones, figuraban en segunda fila expresidentes del gobierno, y en la principal Ferreras, un vaina llamado Zaragoza, Contreras y luceritos de La Sexta. Fue la primera vez que intuí el peligrosísimo resentimiento de Sánchez, que todavía se mantenía en pie gracias a los sobres Sabiniano. Amenábar no pudo asistir. Se excusó demostrando que estaba citado con Lope de Vega, y Almodóvar con el marqués de Villamediana. Se habían propuesto jugar a cuatro.

Pero vuelvo a Sánchez. 'El Zulú', gran periodista y conocedor profundo de la crueldad de la ETA, me lo soltó. «Si le dejan ése nos lleva a Venezuela, y gobernará con la ETA».

Piras de humo cultural amenazan España.