El postsanchismo
El nuevo Gobierno tendrá la responsabilidad de corregir líneas estratégicas abandonadas por los socialistas, ocupados en sobrevivir minuto a minuto en el poder y tapar las vías de agua corruptas para que su líder no naufrague
El postsanchismo, en puridad, ya ha empezado. Por eso los socios de Pedro le están exprimiendo hasta dejarlo en los huesos. Literalmente a él y moral y legalmente a España. Saben que el tiempo corre y el legado de Pedro tiene que ser de esos que no puedan remontarse por mucho brío que le ponga el que sea su sucesor, previsiblemente Alberto Núñez Feijóo. El presidente del PP ha prometido una lista de leyes sanchistas a las que se dispone a enmendar. Vamos a ver si, cuando llegue el momento, ese andamiaje legislativo que tanto daño ha hecho a España puede desmontarse. Pero más allá de esa labor compleja, que requerirá de una voluntad política no sujeta a circunstancias atenuantes, el nuevo Gobierno tendrá la responsabilidad de corregir líneas estratégicas abandonadas por los socialistas, ocupados en sobrevivir minuto a minuto en el poder y tapar las vías de agua corruptas para que su líder no naufrague, con el Supremo como su principal enemigo.
Me refiero a las responsabilidades comprometidas con Europa, a las que nuestro país no solo no ha respondido, sino que elude reportar, lo que coloca nuestra reputación al nivel del Metro de Madrid. Hay desafíos, como el de la política de defensa y la participación de España en la protección común, a la que nos enfrenta la Administración Trump con modos poco defendibles, que hemos desatendido porque, como es habitual, Sánchez los ha usado para alimentar su narrativa antiamericana. Afortunadamente, en Bruselas ya le han tomado la matrícula y comprobado que el dear Peter no es más que un ventajista político dispuesto a manipular cualquier asunto -Gaza es su especialidad-, por trascendental que sea, para conseguir votos entre sus tradicionales bases.
La nueva Administración tendrá también que hincar el diente al asunto de la inmigración, otro terreno sujeto a la demagogia que Moncloa ha estrujado políticamente para su propio provecho. Entre el discurso buenista e irresponsable de la izquierda y la criminalización sin matices a los inmigrantes, el PP ha de hallar una política que defienda nuestras fronteras y que aleje del terreno de la demagogia la ordenación de la inmigración, en la línea de lo que ha pedido la Iglesia. La economía también ha de ser abordada con la contención presupuestaria que el actual Ejecutivo ha abandonado para engordar el gasto público y granjearse un nicho electoral proclive a la subvención y a la estatalización de la economía. Todos nuestros socios han empezado a aplicar ajustes ante el previsible deterioro del escenario económico internacional: Alemania y Francia son dos ejemplos de Gobiernos que tratan como adultos a sus sociedades y no como panolis dispuestos a tragar cualquier trola que autoafirme su ideología.
Todos estos retos se le plantearán al nuevo Gobierno en medio de un creciente descontento social, una agitación callejera a la que se entregarán con fruición los sindicatos que hoy callan porque Sánchez les duplica las subvenciones, regalitos que han alcanzado un máximo histórico de 32 millones de euros. Pepe Álvarez y Unai Sordo saldrán de los sarcófagos y tocarán las trompetas del apocalipsis. Ahí el nuevo equipo de Moncloa, con Vox dentro o con su concurso desde fuera del Gobierno, tendrá que mostrar un temple institucional que la izquierda intentará tumbar durante las 24 horas del día. El proceso de cesiones a los independentistas abocará a un colapso político que pondrá las cosas muy difíciles a los nuevos mandatarios. Tal será la situación que, si no nos jugáramos tanto en las próximas elecciones, Sánchez merecería ser el legatario de Sánchez. El peor presidente de la democracia sería digno acreedor de tener que gestionar la ruina en la que nos ha sumido.