Amigos, ahora huelga general por Palestina

Varios sindicatos han convocado para este miércoles huelgas generales y paros parciales en toda España, por Palestina. Alguien debe decirles que 48 horas antes de que zarpe su flotilla sindical ya se habrá firmado la paz y que, muy probablemente, el intercambio de rehenes entre Israel y Hamás esté a punto de completarse.

También debería decirles alguien que les quiera que, mientras ellos exigen parar la guerra, ya la habrán parado Estados Unidos, Israel, Egipto, Qatar, Arabia Saudí, Turquía y Jordania, un poco con la ayuda de Bruselas y, ahí detrás, de Pekín y Rabat, posiblemente: quizá si vieran un poco más Telemadrid o Antena 3 y un poco menos TVE se habrían dado cuenta de que el universo sanchista se ha desplomado con estrépito también en esto.

Ahí estaba el mundo civilizado buscando la manera de detener el horror, provocado por terroristas que en el país del 11-M no deberían sonarnos extraños, y consiguiéndolo, mientras el legendario presidente se convertía en Kent Gaza para ponerse a la altura de Barbie: los dos haciendo el parvo en una flotilla inútil y contraproducente, mientras adultos más discretos y solventes tejían la esperanza de que, por primera vez en décadas, Occidente y el islam moderado se entiendan y sea posible la convivencia.

Para que el Premio Nobel de pega y la Agustina de Aragón de polígono prosperen no basta, pese a todo, con que dispongan de las dosis correctas de osadía, ignorancia e interés, en cada caso con un objetivo: el del presidente, que se hable menos de morteradas, prostitutas, enchufes y delitos. El de la activista, intentar hacer fortuna en los platós de televisión y tener sus cinco minutos de gloria, que pueden ser más si logra una merecida plaza en su lugar natural, la casa de «Gran Hermano».

Para que el sainete funcione hace falta también la activación de otros actores, que darán su solemne cobertura a cambio de la prebenda correspondiente, cerrando entre todos una especie de círculo mágico en el que cada uno de ellos alimenta al otro y viceversa: los medios de comunicación de la banda, los «analistas políticos» a sueldo y, obviamente, los legendarios sindicatos.

Todos ellos han quedado retratados por el brutal antagonismo entre su narrativa y la realidad, entre la expedición náutica hacia la nada y el empeño sanchista en triunfar en los Nobel y la pacífica actuación israelí con los marineros de agua dulce, la inteligente orfebrería diplomática de Trump y la lección geopolítica que ha dado el Occidente sensato y el islamismo moderado, con Israel demostrando que la teoría del genocidio era un invento de la izquierda radical para convertir una guerra cruel –¿les parece poco?– en una excusa doméstica para escapar de los lupanares, las mordidas y el hundimiento electoral.

Puede darse la divertida ironía de que, mientras los rehenes judíos vuelven a casa y el Ejército hebreo se retira de Gaza; aquí los liberados en los sindicatos y las tertulias paralicen un poco el país, con esa huelga del día 15, para pedir algo que ya se ha concedido a pesar de ellos.

Y que, mientras todos alientan la candidatura de Sánchez, el procesamiento de Netanyahu, la expulsión de Israel de Eurovisión y el apedreamiento de otro Burger King en Barcelona; los pobres palestinos vean entregarse a Hamás; Irán se tenga que esconder el rabo entre las piernas y María Corina Machado tenga un poco más cerca el lugar que merece en Venezuela, ocupado ahora por un amigo de nuestros héroes a título de dictador.

Todo el meme que son el Gobierno y sus distintos coros rocieros sería hasta desternillante de no ser por un detalle nada baladí: en cada tropelía, error, exceso, manipulación o abuso que perpetran, hay al fondo un beneficio efímero para ellos; pero siempre dejan un formidable estropicio para España. Todo lo que a ellos les viene bien, a España la arruina un poco más.