Sánchez postalita
Durante su mandato, Sánchez ha impulsado antirreformas «progresistas» que no han hecho más que hundir al país, bajo la inescrupulosa cantilena de equilibrar «materia de igualdad, derechos sociales y transición ecológica». Vamos, para dormir a las piedras
En diciembre de 2025, mes en curso, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, apareció en la portada de la revista italiana L’Espresso que es el órgano de la Internacional Socialista, organización que también él preside, deseando consolidar su imagen como uno de los líderes más influyentes de Europa, mientras tiene imputadas a casi toda la familia real y personal suya, y política, del PSOE: su mujer, su hermano, ministros del partido socialcomunista, etcétera. La revista en ningún momento refleja no sólo esa delictiva de corrupción en la que hasta ahora indirectamente se ve implicado, también oculta el creciente desinterés internacional por el político español, por la política española en general, y el frágil papel de Sánchez en el escenario europeo en medio de la vergonzosa situación en la que se halla inmerso.
Pedro Sánchez, nacido en Madrid en 1972, ha resistido una carrera política marcada por plagios y fracasos, jamás ha sido elegido por mayoría, ni elegido tout court; lo descubrieron robando votos en unas urnas escondidas detrás de unas cortinas. Desde su llegada a la Secretaría General del PSOE en 2014, ha demostrado una incapacidad para liderar, lo hace de la peor de las maneras, burlándose así del partido que representa y del país al que va destruyendo con nocturnidad y alevosía; sobre todo en momentos de profunda angustia para el pueblo español, como ocurrió durante la pandemia del PCCh y las inundaciones en Valencia. Su ascenso al poder en 2018, tras una moción de censura forzada por él mismo –en la actualidad y según sus propios criterios se podría definir como un golpe–, lo posicionó como una figura clave en la presunta revitalización de la socialdemocracia española, pero enseguida empezó a cagarla. Con todo lo que sucedió y sucede actualmente en su entorno no dimite, ni el principal partido de la oposición, el PP, se atreve a motivarlo a que lo haga mediante una moción de censura. Solo Vox le ha presentado dos mociones que el PP se ha negado a apoyar, rechazándolas.
Durante su mandato, Sánchez ha impulsado antirreformas «progresistas» que no han hecho más que hundir al país, bajo la inescrupulosa cantilena de equilibrar «materia de igualdad, derechos sociales y transición ecológica». Vamos, para dormir a las piedras. La gestión de la pandemia de COVID-19 fue pésima, teniendo a un primer ministro comunista que se ocupaba a nivel nacional de las residencias de ancianos, no hizo más que conducirlos a su fin. Las respuestas ante crisis económicas han sido instantes de júbilo para él, porque como todo islamocomunista (felicitado y apreciado por terroristas) siempre se crece a costa del dolor y la tragedia ajenos. Además, su capacidad para formar reprochables gobiernos de supuesta coalición y dialogar con terroristas y golpistas, a los que él considera «diferentes fuerzas políticas» ha sido fundamental para acrecentar la inestabilidad institucional en España.
La presencia de Sánchez en la portada de L’Espresso, simboliza el reconocimiento de la Internacional socialcomunista a su líder, de ahí no pasa; de su papel en la Unión Soviética Europea quiere decir nada y todo. Ha defendido una mayor invasión del islamismo en Occidente con el objetivo de su destrucción radical, ha mentido y cooperado arduamente en temas invasivos y en la promoción de subterfugios antidemocráticos. En un contexto de globalización marcado por la polarización y los populismos, su figura resulta emblemática para el mal, su diabólico perfil cada vez más deteriorado y extremista, divisorio, lo convierte en un referente del fracaso para los medios extranjeros que se respetan, salvo para este medio italiano. Los verdaderamente interesados en la evolución política española no debieran ni siquiera abrir sus páginas. Ya en la cubierta notamos que se ha usado una foto antigua del tipo, pues en la actualidad su grisura de tez y su rostro desencajado y amargado nada tienen que ver con aquella otrora imagen. Se intenta borrar cómo de una mirada normal, a este sujeto sólo se le aprecia el nivel de desesperación y locura a través de las pupilas y el rictus de las mandíbulas, así como la mueca de los labios trazados cada vez más rígidos y delgados.
La aparición de Sánchez en una revista de ideología tendenciosa como L’Espresso no sólo refuerza su malograda imagen ante la gentuza que él representa, sino que también intenta proyectar el modelo político sanchista hacia audiencias cada vez más cegatas y manipuladas. Su capacidad de demonización y su estrategia de alianzas con lo peor del planeta han contribuido a posicionarlo como uno de los fantoches «progresistas más destacados del continente».
Pedro Sánchez continuará mal gobernando hasta que la justicia decida lo contrario, o él mismo decida marcharse, que dudo que lo haga por sus propios pies. E intentará seguir siendo una figura central de la política europea porque en el futuro no tendría hacia donde voltearse como no sea buscando refugio en Norcorea, Cuba, o Irán. Es incapaz de afrontar los retos del presente y de proyectar una visión de futuro basados en los valores reales de la justicia y la verdad. Su protagonismo en la portada de L’Espresso es un reflejo de su influencia mierdera y cansina, de la atención que anhela generar deseando que la gente identifique a España con su enclenque pensamiento, robándole la identidad al pueblo español, como mismo hizo Fidel Castro con Cuba y los cubanos. O sea, a la manera de cualquier miserable dictador.